sábado, 28 de noviembre de 2020

Pequeño epitafio de una muerte anunciada


        

  Grande o pequeña, la fortuna de cada uno se mide con varas curiosas. Algunas veces me veo despojado y en otras, descubro que poco o mucho me ha tocado lo mejor. Amores intensos rabiosos y descontrolados, pasiones ruidosas y un sendero de laberinto intrincado que a medida que los años pasan, se vuelve amado. Entre las muchas fortunas que cuento, tengo amigos entrañables que superan décadas, algunos me esperan en algún sitio y otros, por esa maravilla de las matemáticas y de la física cuántica, todavía orbitan en esta parte del cosmos.

Mariano, mi amigo Bernárdez, se me acercó con un recuerdo cargado con el candor y el talento de Julio. Lo hizo en privado como lo sabe hacer él, con el estilo de hombre discreto que le ha tocado en este mundo y como ocurre algunas veces, me ha dejado con la boca esperando.

A la hora de la historia de la muerte del Diego, inevitablemente cargada con el costumbrismo suicida que nos hizo parir esa mezcla de sangre y de placenta, Mariano me recordó una pequeña estrella de la tantas que Julio nos entregó y aquí va para nosotros y para Diego en especial, se encuentre donde le toque.

Carta abierta a la patria.

Esta tierra sobre los ojos, este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles, esta noche contínua, esta distancia. Te quiero, país, tirado abajo del mar, pez panza arriba, pobre sombra de país, lleno de vientos, de monumentos, de esperpentos, de orgullo sin objeto, sujeto de asaltos, estúpido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas, repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando de babas y estupor canchas de fútbol y ring sides. Pobres negros. Te estás quemando a fuego lento y donde el fuego, donde el que come los asados y tira los huesos, malandras, cajetillas, señores y cafishios, diputados, tilingas de apellido compuesto, gordas tejiendo a dos agujas, maestras normales, curas, escribanos, centrofowards livianos, Fangio solo, tenientes primeros, coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos, bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos, secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco, contraflor al resto.

Y qué carajo si la casita era un sueño, si lo mataron en pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva, liquidación forzosa, se remata hasta lo último. Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía.

Te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña envuelto en una bandera que nos legó Belgrano, mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate con su verde consuelo, lotería de pobre.

En cada piso hay alguien que nació haciendo discurso para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos. Pobres negros que untan las ganas de ser blancos, pobres blancos que viven en un carnaval de negros. Qué quiniela, hermanito, en Boedo, en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera, en los ranchos que paran la mugre de la pampa, en las casas blanqueadas del silencio del Norte, en las chapas de zinc donde el frío se frota, en la Plaza de Mayo, donde ronda la muerte trajeada de mentira.

Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking, vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga: tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas, tango, coraje, puño, viveza y elegancia. Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.

Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga, no te metás, que vachaché, dale que va, paciencia. La tierra, entre los dedos, la basura en los ojos, es estar triste, ser argentino es estar lejos, y no decir mañana porque ya basta con ser flojo ahora.

Tapándome la cara, me acuerdo de una estrella en pleno campo, me acuerdo de un amanecer de Puna, de Tilcara de tarde, de Paraná fragante, de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos quemando un horizonte de bañados.

Te quiero país, pañuelo sucio, con sus calles cubiertas de carteles peronistas, te quiero sin esperanzas y sin perdón, sin vuelta y sin derecho, nada más que de lejos y amargado. Y de noche.

Por Julio Cortázar, 1955                                                    

jueves, 19 de noviembre de 2020

POSPANDEMIA


 

Cuando el cielo amenaza con nubes, la máxima que nos sugiere aquello de que siempre que llovió paró, viene a darnos la excusa para tranquilizar los ánimos y de ese modo, conjuramos para no abrumar nuestros corazones. Sin embargo algunas veces la lluvia es lo suficientemente copiosa para que los desbordes se lleven cosechas enteras, viviendas y vidas. El tiempo transcurre y una vez que las heridas se cicatrizan o antes todavía, la vida regresa a un tiempo anterior pero con matices modificados, donde los antiguos valles fértiles se transforman en lagos colmados de peces y luminosos pueblos de otrora, aparecen cargados de ruinas y nuevas miserias.

De modo que las expresiones pandemia y pospandemia, evocan situaciones de ese tipo e invitan a pedir de urgencia la vacuna que todo lo cura, y que de buenas a primeras, la pesadilla acabe para que de ese modo, otra vez el mundo regrese a ser el que fue. Pero del mismo modo que con la inundación, se huele en el ambiente que la vida después de una crisis como la que genera el COVID, será diferente a la que conocimos antes.

Echando una mirada al pasado siglo XX, recordemos que luego de la primera guerra y de la mal llamada Gripe Española, la humanidad aún maltrecha, se encontró con la crisis de 1930 y antes de que pudiera darse cuenta, ya la segunda guerra hizo la aparición con una guerra fría que duró apenas cuarenta y cinco años y avanzamos así, hasta la caída del muro de Berlín apenas once años antes de que el majestuoso siglo XX se ganara la jubilación.

De la misma forma que la segunda guerra mundial completó el germen de la crisis del año 1930, parece que este COVID viene a sellar la crisis que apareció tibia hace una década y entonces vale la pena aventurar quizás para dónde llevar los timones, tanto sea para sacar las ventajas de los ríos revueltos, como al menos para no naufragar.

Es evidente que la revolución virtual que venimos viviendo desde hace al menos dos décadas, a partir de los encierros o de las limitaciones por temor a los contagios se ha acelerado y hace suponer que en poco tiempo, estaremos viviendo como aquella historieta de mediados del siglo XX, que en esta parte del mundo se llamó Los Supersónicos (en el original, The Jetsons).

Más allá de las expectativas, algunas de las fantasías de los cultores de la ciencia ficción se van cumpliendo y otras esperan su turno o quedan para el recuerdo, pero nos resulta inmediato aceptar que estamos esperando un giro sustancial en el orden de cosas y en algún sentido, lo estamos sintiendo en nuestra cotidianeidad.

De modo que los títulos en los periódicos atribuibles a la pospandemia, hablan de un mundo que desconocemos que supone el fin de un estado de cosas y que obliga a cambios sustanciales evaluados desde variables conocidas, mientras que aquellos ejes poco previsibles, nos obligan a esperar para asomarnos al misterio de insinuar, las nuevas aristas del poliedro que todavía no dimensionamos.

Por ejemplo, es evidente que la virtualidad avanzaba raudamente y que pegó un salto cualitativo y ha dejado al sistema comercial vigente a marzo de este año, en un estado de movimiento similar al de los pueblos luego de un Tsunami. De la misma forma negocios como la gastronomía, el turismo, los espacios de coworking, los centros comerciales cerrados, los transportes públicos y el consiguiente cambio en el modo de trabajo, han recibido heridas dolorosas o cambios profundos que no podemos evaluar al menos todavía.

Este artículo se está terminado en noviembre del 2020 y nada hace suponer que la pandemia vaya a terminarse en un plazo excesivamente breve, aún en los casos en que la vacuna sea resuelta en tiempos de records absolutos, ya que todavía hay situaciones poco conocidas de este virus a pesar de los avances. De modo que es de esperar que la humanidad se acostumbre a vivir con esta situación que lleva casi un año y también, a que se acostumbre con sostener esta dificultad y a adaptar las nuevas condiciones. De este modo, algunas actividades como la gastronomía por ejemplo, están encontrando espacio a partir de los famosos deliverys o con las aperturas en tiempos de bonanza cálida en veredas y terrazas, pero son apenas soluciones parciales que están a la espera de la mágica vacuna.

Pero además hay variables que no es posible imaginar hoy, como no era posible imaginar la caída del muro de Berlín cinco años antes de que ocurriese y voy a citar un ejemplo de la paradoja de la conducta de la humanidad que aprendí ayer nomás, cuando cursaba el quinto año de la escuela industrial.

Para quienes amamos la mecánica automotor, el motor de combustión interna nos resulta fascinante y quizás sea uno de los logros que nuestra humanidad puede jactarse con razón. Pero si nos situamos en 1879 cuando Edison desarrolló el generador o antes todavía con los motores a pila, era difícil suponer que el motor de combustión interna se hubiese podido desarrollar por el grado de complejidad que requiere, tanto para su funcionamiento como para su alimentación.

Recordemos que la electricidad fuera de los ámbitos naturales, es desarrollada por Volta ochenta años antes de que Edison resolviera el generador eléctrico y que los motores eléctricos ya estaban siendo usados con baterías, lo que significa que la humanidad lejos de resolver la acumulación de energía eléctrica en un dispositivo que ya tenía casi un siglo de descubierto, avanzó con motores de combustión interna de mayor complejidad si los comparamos con un motor eléctrico. Recordemos que para la fabricación de automóviles, producto icónico si se quiere del siglo XX, se agregaron destilerías, estaciones de servicio, plantas de almacenaje y una complejidad en la transmisión del par motor a las ruedas con cajas de velocidad y embragues, que el motor eléctrico no precisa. Más paradojal resulta aún suponer que un siglo y medio más tarde de esa situación, esa humanidad está suponiendo que necesita al menos un cuarto de siglo más, para desprenderse de modo absoluto de esa máquina que amamos los fierreros, así sea porque no hay suficiente electricidad para alimentar la potencia que requieren todos los automóviles eléctricos, como también que es necesario crear infraestructura para lograr lo que sea, con la sustentabilidad que se exige en estos días.

Es posible aventurar entonces que alguna variable pícara se entromete en el crecimiento esperado de ciertos vectores sociales, que los obliga a correr su dirección en el entramado del tensor de tensión que escribe la historia. En el caso del motor de combustión interna, quizás no hayan sido los automóviles que tan vanidosos se mostraron en todas esas horas sino los aviones, que a partir de transformarse en armas invencibles desde que el Barón Rojo cubrió los cielos con sus hazañas, exigieron tecnologías cada vez más competitivas, que la relación peso potencia del combustible a base de petróleo tan valiosa, hace imposible suponer aún hoy un corto plazo de reemplazo por baterías eléctricas, para las máquinas aladas grandes.

Sea la variable que fuere, entendemos que más allá del capricho, se observa una inercia en el devenir de las costumbres, independientemente de los niveles tecnológicos abrazados, tanto por los usos y las costumbres como por los intereses económicos o políticos que se resisten a los cambios, pero esas resistencias suelen ofrecer correlatos curiosos e inevitables frente a la inercia de los usos y las costumbres y vamos a otro ejemplo.

En el año 1925 el escritor norteamericano John Dos Passos, publicó su novela más conocida cuyo título es Manhattan Transfer y en ella el escritor hace una descripción del tiempo y el espacio desde un trasbordador que cruzaba el Río Hudson con una habilidad literaria magistral, que situaba al lector como si don John portara una cámara de las que todavía no se habían desarrollado en esos tiempos. El autor nos describe el trasbordador y su máquina infernal movida por vapor y carbón, los automóviles que pasaban por la ribera movidos por motores de combustión interna, los carruajes todavía abundantes a tiro de caballos, del mismo modo era el tipo de vehículo que usaban la policía y los bomberos, el cartero andaba en bicicleta y el teléfono era usado por pocos ya que no había tantos para su uso. Todos sabemos que en pocos años más, en la Meca icónica del progreso del mundo, los caballos pasaron a ser exclusivos en las zonas rurales y las máquinas a vapor serían reemplazadas por motores Diesel y motogeneradores. Pero hicieron falta varios años luego de una guerra despiadada, para que las locomotoras y los buques dejaran el vapor.

Las dos consideraciones expuestas no evitan conjeturar sobre un futuro inmediato, tanto desde la apuesta a las variables conocidas, como aventurar alguna desconocida o admitir la inercia social, ya que las ecuaciones de movimiento de la historia siguen su curso.

Es de suponer entonces que quienes transitan la situación de pandemia como un corrimiento a su grado de equilibrio a uno nuevo, serán aquellos que pasen con holgura esta coyuntura y además, en la medida que la singularidad de lo que hacen sea obligada por las circunstancias, los cambios si son creativos, los van a colocar en un estadio superior en el momento del regreso a un estado de cosas diferente.

Mis clientes Move Concerts y Live Pass quizás nos ofrezcan alguna pista. Empresas dedicadas al mundo del espectáculo, una a shows en vivo de artistas internacionales y la otra a la venta y distribución de entradas para eventos, cuando el rumor del virus cruzó la frontera de China, una sensación de catástrofe fue cubriendo el horizonte de sus ejecutivos. Sin embargo, a pesar de la incertidumbre, Live Pass aceleró el desarrollo de un proyecto que tenía en proceso y lo integró con uno de software de shows por streaming. A partir de que arrancó el vértigo del desarrollo, fue evidente descubrir que el negocio venía cargado con un vector de cambio de difícil retorno, tanto sea para los shows como para su comercialización. En el caso de los shows, ya era evidente la necesidad de incorporar tecnología a partir de la presencia de pantallas con contenidos en el escenario y que paradojalmente, los instrumentos móviles resuelven mejor aún. Del mismo modo la comercialización por vía digital, llegó para quedarse definitivamente y al menos para ese negocio, no parece posible un regreso a las boleterías de antaño.

MOVE espera un retorno a los shows en vivo, pero no tiene la actitud de quien aguanta hasta que la lluvia pare bajo un techo de vereda. Se cubre con lo que puede y avanza, aunque en el devenir llegue empapado a destino. Cuando la lluvia se detenga, ya va a estar en otro lugar seco y disfrutando de una etapa que quien se quedó esperando, quizás no tenga la posibilidad de competencia posible.

Suponemos entonces que la situación pandémica supera el verano boreal y avanza en la dirección de resolución, siempre y cuando no aparezcan nuevas cepas u otras variantes, lo que hace suponer que la humanidad de todos modos, va a encontrar sistemas para compensar posibles contagios y tratamientos adecuados. Recordemos lo ocurrido con el SIDA, que llevó años superarlo y que no está contenido del todo, pero mantiene un aparente equilibrio y la sociedad hizo propio el tema hasta que dejó de ser noticia.

La pandemia llegó a cambiar una comodidad de la que ni noticias teníamos, pero curiosamente los que no entendieron las nuevas variables quedaron en el camino, otros con los dientes apretados todavía esperan a que regresen los tiempos de antes y muchos hicieron suyo el desafío del cambio.

De modo que las normas viene a socorrernos y los protocolos están a la orden del día, la nueva realidad permite comunicarnos de forma virtual y el conocimiento circula a gran velocidad, pero las personas seguimos siendo las mismas criaturas de hace siglos y la capacidad para hacer el salto de algunos oficios no es sencilla de acercar.

Algunos suponemos que aquellos que se acostumbran a transitar la situación de cambio como si fuese el estado natural de las cosas y que no están esperando que la pandemia termine para adaptar su vida, sino que viven el hoy con los atributos que el hoy ofrece, el día que deje de haber pandemia, mantendrán la regla de aceptar lo que toca en cada momento y eso no significa que no se alegren del cambio una vez que la pandemia termine, de la misma forma que quien transita una guerra, la vida es la misma guerra hasta que en el final, cuando la paz se da para todos, sale a festejar para que un fotógrafo virtuoso lo capture, cuando besa en la boca a una enfermera desconocida, que con gusto acepta el convite.


sábado, 22 de agosto de 2020

Por Qué Argentina

 

                                                               Claude Lanzmann, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre


Entre los finales de la década del 80 o en los inicios de los 90, tiempo en que la democracia de los argentinos comenzó a descubrir sus primeras flaquezas, se presentó en el canal estatal el documental Shoah, expresión algo más precisa quizás que Holocausto.

Como todo aquello que nos acerca a la fragilidad de nuestro ser, una vez superado el impacto inicial que produjo el film en los espíritus sensibles, pocas veces se ha regresado a tamaño documento, el que después de nueve horas y media de reportajes en los sitios donde ocurrieron los hechos, nos revelaba que el antisemitismo perduraba impecable a cuarenta años del final de la Segunda Guerra. El realizador de la proeza había sido Claude Lanzmann, intelectual francés, que entre otros méritos trabajó junto a Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre y su obra abarca distintas disciplinas dentro de la reflexión de lo humano.

Lo referencio con el film Shoah, porque ha sido lo más conocido de toda su obra y un artículo en el blog de tamaña labor, al menos para mí, es un espacio estrecho para abarcarla.

De todas formas, para los curiosos está en la web y les advierto, que el pochoclo se le queda atragantado al mejor pintado, a pesar de que solo son reportajes y miradas de una cámara que quiere ver:

 

https://www.youtube.com/results?search_query=shoah+claude+lanzmann+1+de+9

 

Pero algo más de diez años antes de ese trabajo, llegó a nuestras playas de modo silencioso, un film realizado por el mentado Claude del que poco se habló y por esa singularidad que tiene el azar, me tocó participar de una proyección en un encuentro clandestino, organizado y asistido por los suicidas de siempre, desafiantes absurdos de la arbitrariedad, en los primeros meses de la dictadura del Proceso.

El film, que tiene por título en castellano Por qué Israel, está realizado a veinticinco años de la creación del Estado de Israel, de modo que está ubicado poco antes de la guerra de Iom Kipur y a algo más de cinco años de la Guerra de los seis días, significa que cuando me crucé por única vez con él, debía tener cuatro años de estrenado aproximadamente.

Recordemos que la Guerra de los Seis Días, ocurrida en el año 1967, dejó la impronta de un retorno del Estado de Israel a los tiempos del Rey David. El milagro de la grandeza retornada, algunos entienden que fue gracias a la contundencia de unas fuerzas armadas comandadas por un general heroico, antiguo guerrillero en la lucha de la independencia, valiente soldado en los regimientos de la colonia de Palestina que pelearon contra los nazis, arqueólogo y tuerto por una herida de combate en la Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, no sólo era el país de la redención de la tragedia arañada del holocausto, sino que era el más puro, limpio, abierto con los derechos humanos y para cierta parte del mundo occidental, era la prueba de que la condición humana cuando se lo propone, hasta es capaz de cosechar naranjas en el desierto.

Lanzmann, como buena parte de los que asistimos a aquel encuentro de las izquierdas de la judeidad, pertenecía a ese grupo curioso que Sartre denominó Judío Inauténtico, en su artículo Reflexiones sobre la Cuestión Judía.

La búsqueda de desmitificar la ilusión sionista por parte de un judío de izquierda, acabó realizando una radiografía de la paradoja humana, que al igual que la posterior Shoah, supera el territorio transitado por los judíos y cuando el talento es desbordante, las intenciones de un realizador superan con holgura sus objetivos, es por eso que su film, anduvo espiando la vida de ese país cargado de ilusión, colocando la cámara y el micrófono junto a los soldados de la franja de Gaza, pero simultáneamente dio testimonio al de los habitantes árabes, se coló en un debate de sobrevivientes que discutían en una mezcla de lenguas de inglés, alemán y también Idish, que se peleaban con el dilema de aceptar o no, las reparaciones económicas que Alemania se comprometió a entregarles terminada la guerra, escenas todas que hoy están en you tube.

Pero hay otras tomas que no encontré y que guardo en el espacio oculto y confuso de mis recuerdos y que honestamente busqué y no encontré, pero que de todas formas no puedo dejarlas de mencionar, como la visita a una cárcel y la charla con los presos, el reportaje a una prostituta y la escena que es el eje de estos párrafos, la que ocurre en plena calle y se da entre un automovilista y un policía. Aquí va la escena:

 

Por alguna maniobra poco elegante, el policía detiene el vehículo y el conductor se apea. El hombre de la ley reprende y como es habitual, hace el gesto de encontrarse con la papeleta y su lapicera para realizar la boleta. El ciudadano israelí tan judío como el policía, fuera de sí, acusa al uniformado con el insulto más desgarrador:

 

-          Nazi – le grita.

 

La escena se detiene y la expresión tanto gestual como corporal, de aquellos que participan en el film, es suficiente para que el realizador capte el efecto.

Para esos días, mi hermano y yo no debíamos tener más años que los soldados y el policía que se veían en la pantalla. Una vez que terminó la proyección y luego del pobre debate que siguió, salimos a una calle angosta de San Telmo y quiero creer que en esa caminata, mi hermano decidió que en algún momento de su vida, debía vivir en Israel.

Lanzmann mostraba un universo llano de vida cotidiana, no muy diferente al que él conocía de Francia y bien distinto de lo que ocurría en Argentina, ya que difícilmente un ciudadano en esos tiempos, podía increpar a un policía y menos aún insultarlo sin pagar duras consecuencias.

Pero independientemente de lo singular de esa escena, era evidente que el director pretendía mostrar que la vida de la gente, estaba ocupada en el trabajo, en el recorrido callejero, el afano, la opresión, similares a las de la Europa de esos días, de modo que la angustia y la felicidad, no eran muy distintas a la de cualquier fulano, por el solo hecho de vivir en una tierra santa.

Pero el hombre que manejaba el auto, judío europeo y seguro sobreviviente de la Shoah, insultó a otro judío uniformado con lo peor que podía decirse uno al otro y esa escena, ocupó toda la charla de buena parte del regreso a casa.

Los años pasaron, mi hermano vivió dos veces en Israel y luego regresó para siempre a Buenos Aires, Lanzmann filmó Shoah y muchas otras cosas valiosas y por fortuna vivió una larga vida, la dictadura transitó nuestras vidas y arrasó como un terremoto, la democracia arrancó y los tembladerales no lograron demolerla hasta ahora y acá estamos, con bastante más que veinticinco años encima, del acontecimiento que cambió la vida de muchos de nosotros y que ha sido, el regreso al estado de derecho.

Claro que no nos hizo falta una película para quitarnos el velo de la ilusión y tenemos la fortuna de comprender, que no todo es posible resolver con la democracia. La realidad se encargó solita de patearnos el banquito y hacernos sentir que el piso se nos mueve, pero al menos, me queda el consuelo de escuchar pocas veces, que con los militares estábamos mejor.

Sin embargo, el regreso de esa noche con mi hermano, como tantas otras noches con él, viene a mantenerme despierto y esta vez, el insulto del automovilista al joven policía, logra encontrar la llave de la trampa del laberinto.

 

Cuando un argentino, después de haber atravesado tantas dictaduras y particularmente la del Proceso, acusa a otro argentino en esta democracia que supimos conseguir de dictador, el sobreviviente de Por Qué Israel se me aparece tantas veces, como vueltas exige mover la cerradura de la puerta del laberinto.






lunes, 22 de junio de 2020

Yo no soy de por aquí





Era común que nos encontrásemos pasada la hora en que la luz se adormece. El lugar emitía un aroma de clandestinidad arropada por una labor inocente y sin embargo, era evidente el trasfondo que traía la actitud rebelde.
Quiero creer que yo no superaba los dieciséis años y él, que llegó caminando con su guitarra cuidada en el estuche de cartón rígido, entonces debía andar por los treinta. Alto, flaco y narigón, caminaba rápido, seguido por una mujer menuda y atractiva que alguna de las que estaban conmigo, por detrás y en un susurro, se encargó de advertirme que era su compañera.
Se sentaron en los bancos de la escuela, esos que hasta para los alumnos son incómodos, pero los dos, el artista y su mujer, acostumbrados a los lugares clandestinos, de inmediato hicieron suyo ese territorio de aula tapizada con dibujos infantiles y letras dibujadas con lenguas extrañas.
No éramos más que una docena los que estábamos esperando y luego, sentado en ese banco pequeño, el hombre sacó la guitarra del estuche y comenzó a cantar sus milongas.
En minutos nos encontramos con los poemas de Nicolás Guillén, musicalizados por el hombre que enarbolaba la guitarra como quien lo hace con un fusil y la Canción para dormir a un negrito y Me matan si no trabajo del gran cubano, se mezclaban con la Milonga de andar lejos o la asombrosa A desalambrar con la poesía de factura propia.
Todavía esos versos sonaban anónimos, acompañados por las melodías que el juglar engalanaba en aquella escuela judía de la calle Camarones y esa proclama libertaria, si bien subversiva puertas para afuera, era moneda corriente entre los que ocupábamos esos muros. Poco tiempo más tarde, esos versos se transformaron en himnos movedizos dentro de un universo de búsqueda imperiosa de cambio, que se tiñó de variados colores, pero que en poco tiempo, predominó el rojo de la tragedia.
Antes de cerrar esa noche Daniel Viglietti, poco conocido aún, nos trajo la milonga de Yo no soy de por aquí y algo en mi corazón se quedó atrancado, tal es así, que he cantado casi todo el repertorio de Viglietti de esos tiempos, pero ésta me ha quedado en el atranco y nunca la canté, quizás haya sido porque en esos tiempos, al igual que al juglar, me tocaba andar por pagos ajenos y es posible también que ése, haya sido el destino que me ha tocado hasta ahora.

Yo no soy de por aquí
No es este pago mi pago
Que es otro que ya no sé
Si lo hallo

Lugar que ponga en su sitio
Mi corazón desvelado
Pero es bien que ahora lo diga
Y claro

Ese lugar si es que existe
Tendrá que ser como un playo
Donde se nivelen todos
La misma tierra pisando

Si llega a estar a la vuelta
De algún cerrito esperando
No me lo pongan en duda
Que me abajo

Pero también si me dicen
Que ese paraje que no hallo
Tengo que ayudar a hacerlo
Meter el hombro y alzarlo

Washington Benavides - Daniel Vigletti


lunes, 1 de junio de 2020

SOPHIA





Alguna vez alguien a quien quiero mucho, en una de las discusiones acaloradas que mantenemos cuando podemos, me acusó de sofista. Mi conocimiento de filosofía es más escaso que amplio, digamos que es ampliamente escaso, de modo que su pretendido insulto me resonó a nada. Sin embargo, algo del intricado laberinto que ejercen las pasiones, me estaba advirtiendo que para mi amigo, no era un elogio eso que me estaba endilgando. El tiempo transcurrió y la discusión pasó a ser una más de todas aquellas que alegran la existencia y que por fortuna, agregan ganas a eso que significa transitar, en esta hermosa roca giratoria con oxígeno en los pulmones.
Si bien la sophia es el conocimiento o “el saber”, mi amigo me estaba acusando en el medio del fragor de la batalla, que yo pertenecía al selecto grupo de personas, que usa el saber para manipular a un auditorio, vale decir, que era capaz de convencer por la tarde, lo contrario de lo que había logrado convencer por la mañana.
Recordé de inmediato el film  Gracias por fumar , donde el personaje protagónico se dedica a dar vuelta toda información sobre los males que produce el cigarrillo como actividad lucrativa y lo hace magníficamente utilizando la retórica y la ironía. Si bien el film se transita como una comedia de medio tiempo, apta incluso para una tarde de lluvia y pochoclos, deja el gusto solapado para los buenos entendedores, de la impronta que permite la manipulación, cuando se la sabe usar en la actividad de la comunicación.


Retruqué con hidalguía a mi amigo aquella noche y le agradecí la punta del ovillo que me dejó picando. Todavía hoy, habiendo pasado años de esa charla, ando deambulando con algunos antiguos griegos, capaces de abrir la Pandora de eso que conservo debajo de mi cuero cabelludo y me ayudan con eso de los sofistas.
Pero el concepto se me quedó pegado en la piel y cada vez que leo el periódico o escucho un noticiero, no puedo olvidar a mi amigo y a su enseñanza de esa noche. Y nada volvió a ser igual desde que inicié este laberinto, porque de inmediato, el comunicador se desnuda con su intención y algunas veces, hasta es posible detectar el color de la billetera de quien paga la cuenta.
Hoy navego todavía en la duda de si la sensación engañosa que percibo, se debe a cierto cinismo que aparece con los años o a la mera torpeza de los cronistas que los expone tan en desnudo. Quizás no sean las únicas variables y lo más probable es que ambas convivan.
Las circunstancias que rodean esta situación de 2020, con amenaza de muerte por contacto, demolición del mundo conocido, limitación a la libertad de tránsito y de consumo y por sobre todas las cosas, el fantasma de la miseria golpeando a la puerta, abren el espacio del Huevo de la Serpiente, que hace años el genio de Bergman nos ha acercado. En el film, la dignidad de los protagonistas se va resquebrajando, mientras la vida les pasa en una demacrada República del Weimar. El director pretende mostrarnos hasta en el título, como es que huevo de la serpiente nefasta se estaba formando.


Hoy por fortuna, gracias a las redes sociales somos todos comunicadores, algunos aficionados y otros profesionales, pero sin excepción somos todos comunicados aficionados, aún aquellos que ejercen la profesión de comunicadores y quizás en ese lugar pasivo donde quedamos algo más igualados, puede ser oportuno advertir las debilidades de bípedos implumes que llevamos en la espalda.
El genio de Bergman nos advirtió sobre el mundo infinito de nuestras pasiones, lo suficiente como para que en algún momento me dedique al Séptimo Sello, film tan oportuno para estos tiempos de pandemia, pero todo no se puede en un artículo, ahora me alcanza con defenderme de los comunicadores y quienes recuerden el fútbol bonito, saben que la mejor defensa es un buen ataque.
Curiosamente sigo optimista y eso me resulta tan significativo como asombroso y quizás, se deba a cierto cinismo que aparece con los años o a la mera torpeza de los cronistas, que los expone tan en desnudo.  



miércoles, 15 de abril de 2020

Mulo (día veinticuatro de cuarentena)

                                                       
                                                                      Isaak Asimov


Encerrado como toca estar hoy y como tantos, gambeteando los fantasmas que golpean los muros, me vino a visitar el Mulo.
Antes de despertar del todo, en la duermevela de la madrugada, el Mulo se acercó y curiosamente esta vez, no tuve miedo.
Hace tanto que deambula por lugares que desconozco, que me había olvidado de aquello que hizo, cuando de chico, me crucé con él.
En esos días, mi padre ya no era responsable de las letras que se cruzaban por entre los dedos de sus hijos, ahora que lo recuerdo, quizás mi madre podía aún tener alguna influencia, pero el Mulo, es patrimonio sin dudas, del influjo de mi viejo.
Una mañana luminosa, papá trajo un libro de tapas duras que había comprado en la librería de viejo de la avenida Nazca, esa de local pequeño que estaba a unas cuantas cuadras de mi casa, del otro lado de la frontera que armaba la avenida Juan B Justo. La librería estaba enfrente mismo al Hospital Israelita, lugar donde mi hermano y yo algunos años antes del día en que papá compró el libro, habíamos nacido, y a mi papá unos cuantos años después de ese día, le tocó morir.
Pero este cuento no tiene que ver con la muerte ni con la vida, tiene que ver con el Mulo, pero ahora que lo pienso, algo bastante tiene que ver la muerte quizás.
La cuestión es que papá nos trajo un Guijarro en el Cielo aquel día, unos cuatro o cinco meses antes de que se nos cruzara la Primera Fundación en la librería de viejo.
Esta madrugada, en la duermevela de mi cama, todos ellos, mi hermano, mi madre y mi padre, llegaron de la mano del Mulo y quizás haya sido por eso, que el Mulo no me produjo el miedo de antaño.
Y fue un regalo haberlos visto, como algunas otras madrugadas que también se acercan, pero esta vez comprendí que ellos, tan solo vinieron para traerme al Mulo.
Finalmente me desperté, hice la gimnasia que me obligo para no desesperar en este mundo de encierro, me ocupé de mi trabajo dentro del zoom, luego me dediqué a corregir la novela de turno que estoy escribiendo, leí algunos párrafos de gente sabia y finalmente, mis manos se dedicaron al Mulo y aquí estamos.
Todos nosotros y el Mulo que nos acecha.
A esta altura, me siento obligado a presentar al personaje de estas líneas y además, aclarar cuál fue la iluminación que me trajeron mis padres y mi hermano esta mañana. Creo valioso que se sepa por otra parte, que hace varios años ellos también comparten el mismo sitio en el mundo, donde aquel escritor que nos trajo al Mulo, quizás esté.
El Guijarro en el Cielo fue el primero que leímos de Isaak Asimov y si la Wikipedia no miente o no se equivoca, parece que fue el primero que publicó y lo hizo apenas tres años antes, de que yo viera la luz por primera vez.
Después de aquel, este autor publicó un montón de otras cosas que para aquellas almas inquietas es bueno saber, que están todas en cualquier buena biblioteca. Se dedicó a tratados de historia, a divulgaciones científicas y comentarios de su tiempo, pero lo que lo puso en el mundo de mi casa de la infancia y en el universo de mi hermano, mi viejo y yo, fueron las historias de ciencia ficción.
Además del Guijarro, tiene muchas otras publicaciones de novelas y cuentos de ciencia ficción, incluso su novela Yo Robot llegó al cine y todavía muchos aún la recuerdan, pero la trilogía de Trantor, quedó impregnada debajo de nuestra piel de modo diferente (la de mi viejo, la de mi hermano y la mía).
La historia es maravillosa y se las dejo para que la busquen y la lean, está narrada en tres novelas: Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación.
Es probable que tamaña obra no haya sido escrita en pocos años, algunos historiadores del autor, aventuran que comenzó bastante antes de la Segunda Guerra Mundial, lo que nos permite entender que la figura del Mulo, bien pudo haber sido inspirada en los grandes líderes fascistas de esos tiempos y es posible que así haya sido, vaya uno a saber, pero cuando una obra es grandiosa, lo que nos deja debajo de los poros, por fortuna, supera casi siempre al autor.
En la trilogía de Trantor, el personaje de un gran pensador y conocedor de la conducta humana, llega a diseñar un modelo de certeza del futuro, a partir de la estadística, las matemáticas, la psicología y la historia.
Antes de morir, el hombre deja películas grabadas con discursos preparados, sobre todo aquello que iba a ocurrir en el futuro de esa Primera Fundación. Cada uno tenía concejos adecuados de guía para cada momento, que sólo debían verse en fechas precisas, como quien se acerca a un oráculo.
Los habitantes cumplieron con la obligación que exigía la liturgia y en cada fecha aparecía el sabio, que daba con la tecla sobre todo aquello que se debía hacer, para enfrentar los infortunios que se presentaban.
Hasta que llegó El Mulo.
El Mulo era una figura atroz, capaz de someter al mejor pintado, que lo volcaba a realizar acciones ajenas a sus valores, deseos y convicciones, tenía la capacidad de introducirse en el alma humana, exclusivamente para su interés y de esa forma, dominó a toda la población.
Cuando los otros líderes se encontraron con las recomendaciones del oráculo en la fecha prevista, comprendieron que El Mulo no figuraba en los planes del sabio y por lo tanto, estaban a merced de la maldad del nuevo personaje.
Cómo sigue el relato poco importa en estas líneas, quizás interesa aquello que me trajeron mis padres y mi hermano en esta madrugada.
Me dijeron, acá está El Mulo ¿No te habías dado cuenta?
Es por eso que luego, me levanté y me ocupé de cada una de mis obligaciones con la mayor energía. Era el modo de enfrentar al Mulo, ese que no había estado previsto, ese que todo lo cambia, ese que te atrapa y te confina y curiosamente, ese que te obliga a hacer aquello que no estás para hacer. Si quieren saber cómo fue que esa sociedad doblegó al Mulo, tendrán que acercarse a Asimov, no tanto porque no quiera espoliarlo, sino porque no tengo la altura que él tenía, para hacernos ver lo evidente.
Y sigamos en la cuarentena, alguna vez créanle a Asimov, el sabio vuelve sobre sus andadas y el Mulo queda en un recuerdo, esperando el momento justo, para volver en alguna madrugada.

viernes, 27 de marzo de 2020

El amor en los tiempos del Coronavirus. (Un terremoto ahí)





Algunos memoriosos e historiadores también, entienden que el peronismo empezó con el terremoto de San Juan de 1944. Algunos otros aventuran otras fechas, pero nadie niega que esa gran catástrofe acunó al menos, uno de los grandes movimientos populares de nuestra nación.
Lo cierto es que, como ocurre con otras cuestiones en la vida, el mandato parirás con dolor, suele hacernos recordar que los grupos humanos, muchas veces transitan los mismos códigos que los individuos a quienes cobijan.
Cuando uno de los grandes líderes de esta democracia, aquel que manejó el timón del barco luego de la dictadura más dura y trágica, en uno de sus clásicos discursos detectó que alguien estaba con problemas de salud, interrumpió su perorata y solicitó casi en una orden:
“Un médico ahí” 
y otro alguien que estaba entre los cientos de miles que había jurado por Hipócrates, hizo lo que tenía para hacer.
Vemos que como nos enseñan los antiguos chinos, cada crisis trae debajo de su brazo alguna oportunidad y ya sea multitudinaria o individual, una catástrofe no es otra cosa que una catástrofe y un dirigente no es nada más que eso mismo.
Un dirigente por supuesto.
Es posible que los mencionados presidentes no hayan especulado con la situación, es más, casi parece poco probable tamaña situación, ya que estaban donde debían estar y actuaron del modo que creyeron que había que actuar, y eso los transforma en estadistas. Es obvio además, que no sólo actuaron en esas horas, sino que para bien o para mal, en otras.
Y ahora nos encontramos con este juego de la oca, donde avanzamos algunos casilleros y retrocedemos otros, tal como nos ocurría en las noches de lluvia, cuando el canal 7 estaba encendido, apenas cuatro horas en un eterno blanco y negro.

Tenemos al dirigente y a la catástrofe.

Nosotros, como siempre argentinos, nos quedamos en casa los que acatamos y unos otros deben salir porque acatan y algunos otros pícaros, como siempre, otorgan la regla a tanta excepción, también salen y no acatan.
Pero a diferencia del aquel terremoto de 1944, acá somos todos sanjuaninos. Algunos padecen lo terrible de la enfermedad y otros peor aún, la propia muerte o la de algún ser amado, pero todos sin excepción, sentimos el filo de la espada sobre nuestro cuello, con la mayor o menor dignidad de nuestra señora compañera, la negación.
Pero hay un hombre que está ahí con toda su integridad, su imagen aumenta a medida que la cosa crece y deja la amenaza de la señora molesta en un tono sepia cercano al daguerrotipo. Es más, muchos de los que antes lo denostaban, hasta entienden de que es mejor que sea él y no otro el que ocupe el lugar y como siempre ocurre, cuando el cuero está en juego, hasta sus más duros enemigos, apuestan a que esta vez no se equivoque y que le vaya lo mejor que le pueda ir.
Puede ser que este sea el inicio de una hermosa amistad, le dijo el cínico policía a nuestro amado héroe en una mítica película Casablanca, los hombres luego del comentario que pasó a la historia, caminan hacia el foro y nos ahorran el destino cruel que sospechamos los espera.
Quizás esta amistad que propone el hombre que dirige nuestros destinos y los que estamos afuera o adentro según se lo mire, sea algo más duradera y el destino no termine cargado de crueldad.
Los que tenemos el dudoso mérito de haber sobrevivido desde párvulos a la epidemia de polio y en nuestra primera juventud al Proceso de Reorganización Nacional, somos almas curtidas cargadas de un terco optimismo casi cegador. Sabemos que si no nos toca como ha ocurrido otras veces, siempre que llovió paró y nunca olvidamos cuando las mieles brotan, que siempre que paró llovió.
Apuesto entonces a que no sea el hombre un nuevo salvador, apenas un dirigente que estuvo en el lugar y en el momento en el que debía estar, pero eso no depende del hombre tan solo, sino de todos nosotros además de él.
La hermosa amistad es cosa de a dos, así que a no patalear si el amor se malogra. Es un hilo delgado que tanto al que le toca el lugar del héroe, como al de policía cínico, merece un gran cuidado para no cargar, con la necesidad de estar obligados a caminar hasta el foro y ocultar el final.

em>'Casablanca': la altura ética de un final</em> | Cultura Home ...La polio estuvo presente en los diarios de aquella época.