lunes, 22 de junio de 2020

Yo no soy de por aquí





Era común que nos encontrásemos pasada la hora en que la luz se adormece. El lugar emitía un aroma de clandestinidad arropada por una labor inocente y sin embargo, era evidente el trasfondo que traía la actitud rebelde.
Quiero creer que yo no superaba los dieciséis años y él, que llegó caminando con su guitarra cuidada en el estuche de cartón rígido, entonces debía andar por los treinta. Alto, flaco y narigón, caminaba rápido, seguido por una mujer menuda y atractiva que alguna de las que estaban conmigo, por detrás y en un susurro, se encargó de advertirme que era su compañera.
Se sentaron en los bancos de la escuela, esos que hasta para los alumnos son incómodos, pero los dos, el artista y su mujer, acostumbrados a los lugares clandestinos, de inmediato hicieron suyo ese territorio de aula tapizada con dibujos infantiles y letras dibujadas con lenguas extrañas.
No éramos más que una docena los que estábamos esperando y luego, sentado en ese banco pequeño, el hombre sacó la guitarra del estuche y comenzó a cantar sus milongas.
En minutos nos encontramos con los poemas de Nicolás Guillén, musicalizados por el hombre que enarbolaba la guitarra como quien lo hace con un fusil y la Canción para dormir a un negrito y Me matan si no trabajo del gran cubano, se mezclaban con la Milonga de andar lejos o la asombrosa A desalambrar con la poesía de factura propia.
Todavía esos versos sonaban anónimos, acompañados por las melodías que el juglar engalanaba en aquella escuela judía de la calle Camarones y esa proclama libertaria, si bien subversiva puertas para afuera, era moneda corriente entre los que ocupábamos esos muros. Poco tiempo más tarde, esos versos se transformaron en himnos movedizos dentro de un universo de búsqueda imperiosa de cambio, que se tiñó de variados colores, pero que en poco tiempo, predominó el rojo de la tragedia.
Antes de cerrar esa noche Daniel Viglietti, poco conocido aún, nos trajo la milonga de Yo no soy de por aquí y algo en mi corazón se quedó atrancado, tal es así, que he cantado casi todo el repertorio de Viglietti de esos tiempos, pero ésta me ha quedado en el atranco y nunca la canté, quizás haya sido porque en esos tiempos, al igual que al juglar, me tocaba andar por pagos ajenos y es posible también que ése, haya sido el destino que me ha tocado hasta ahora.

Yo no soy de por aquí
No es este pago mi pago
Que es otro que ya no sé
Si lo hallo

Lugar que ponga en su sitio
Mi corazón desvelado
Pero es bien que ahora lo diga
Y claro

Ese lugar si es que existe
Tendrá que ser como un playo
Donde se nivelen todos
La misma tierra pisando

Si llega a estar a la vuelta
De algún cerrito esperando
No me lo pongan en duda
Que me abajo

Pero también si me dicen
Que ese paraje que no hallo
Tengo que ayudar a hacerlo
Meter el hombro y alzarlo

Washington Benavides - Daniel Vigletti


lunes, 1 de junio de 2020

SOPHIA





Alguna vez alguien a quien quiero mucho, en una de las discusiones acaloradas que mantenemos cuando podemos, me acusó de sofista. Mi conocimiento de filosofía es más escaso que amplio, digamos que es ampliamente escaso, de modo que su pretendido insulto me resonó a nada. Sin embargo, algo del intricado laberinto que ejercen las pasiones, me estaba advirtiendo que para mi amigo, no era un elogio eso que me estaba endilgando. El tiempo transcurrió y la discusión pasó a ser una más de todas aquellas que alegran la existencia y que por fortuna, agregan ganas a eso que significa transitar, en esta hermosa roca giratoria con oxígeno en los pulmones.
Si bien la sophia es el conocimiento o “el saber”, mi amigo me estaba acusando en el medio del fragor de la batalla, que yo pertenecía al selecto grupo de personas, que usa el saber para manipular a un auditorio, vale decir, que era capaz de convencer por la tarde, lo contrario de lo que había logrado convencer por la mañana.
Recordé de inmediato el film  Gracias por fumar , donde el personaje protagónico se dedica a dar vuelta toda información sobre los males que produce el cigarrillo como actividad lucrativa y lo hace magníficamente utilizando la retórica y la ironía. Si bien el film se transita como una comedia de medio tiempo, apta incluso para una tarde de lluvia y pochoclos, deja el gusto solapado para los buenos entendedores, de la impronta que permite la manipulación, cuando se la sabe usar en la actividad de la comunicación.


Retruqué con hidalguía a mi amigo aquella noche y le agradecí la punta del ovillo que me dejó picando. Todavía hoy, habiendo pasado años de esa charla, ando deambulando con algunos antiguos griegos, capaces de abrir la Pandora de eso que conservo debajo de mi cuero cabelludo y me ayudan con eso de los sofistas.
Pero el concepto se me quedó pegado en la piel y cada vez que leo el periódico o escucho un noticiero, no puedo olvidar a mi amigo y a su enseñanza de esa noche. Y nada volvió a ser igual desde que inicié este laberinto, porque de inmediato, el comunicador se desnuda con su intención y algunas veces, hasta es posible detectar el color de la billetera de quien paga la cuenta.
Hoy navego todavía en la duda de si la sensación engañosa que percibo, se debe a cierto cinismo que aparece con los años o a la mera torpeza de los cronistas que los expone tan en desnudo. Quizás no sean las únicas variables y lo más probable es que ambas convivan.
Las circunstancias que rodean esta situación de 2020, con amenaza de muerte por contacto, demolición del mundo conocido, limitación a la libertad de tránsito y de consumo y por sobre todas las cosas, el fantasma de la miseria golpeando a la puerta, abren el espacio del Huevo de la Serpiente, que hace años el genio de Bergman nos ha acercado. En el film, la dignidad de los protagonistas se va resquebrajando, mientras la vida les pasa en una demacrada República del Weimar. El director pretende mostrarnos hasta en el título, como es que huevo de la serpiente nefasta se estaba formando.


Hoy por fortuna, gracias a las redes sociales somos todos comunicadores, algunos aficionados y otros profesionales, pero sin excepción somos todos comunicados aficionados, aún aquellos que ejercen la profesión de comunicadores y quizás en ese lugar pasivo donde quedamos algo más igualados, puede ser oportuno advertir las debilidades de bípedos implumes que llevamos en la espalda.
El genio de Bergman nos advirtió sobre el mundo infinito de nuestras pasiones, lo suficiente como para que en algún momento me dedique al Séptimo Sello, film tan oportuno para estos tiempos de pandemia, pero todo no se puede en un artículo, ahora me alcanza con defenderme de los comunicadores y quienes recuerden el fútbol bonito, saben que la mejor defensa es un buen ataque.
Curiosamente sigo optimista y eso me resulta tan significativo como asombroso y quizás, se deba a cierto cinismo que aparece con los años o a la mera torpeza de los cronistas, que los expone tan en desnudo.