Era común que nos encontrásemos
pasada la hora en que la luz se adormece. El lugar emitía un aroma de
clandestinidad arropada por una labor inocente y sin embargo, era evidente el
trasfondo que traía la actitud rebelde.
Quiero creer que yo no
superaba los dieciséis años y él, que llegó caminando con su guitarra cuidada
en el estuche de cartón rígido, entonces debía andar por los treinta. Alto,
flaco y narigón, caminaba rápido, seguido por una mujer menuda y atractiva que
alguna de las que estaban conmigo, por detrás y en un susurro, se encargó de
advertirme que era su compañera.
Se sentaron en los bancos de
la escuela, esos que hasta para los alumnos son incómodos, pero los dos, el
artista y su mujer, acostumbrados a los lugares clandestinos, de inmediato hicieron
suyo ese territorio de aula tapizada con dibujos infantiles y letras dibujadas
con lenguas extrañas.
No éramos más que una docena
los que estábamos esperando y luego, sentado en ese banco pequeño, el hombre
sacó la guitarra del estuche y comenzó a cantar sus milongas.
En minutos nos encontramos
con los poemas de Nicolás Guillén, musicalizados por el hombre que enarbolaba
la guitarra como quien lo hace con un fusil y la Canción para dormir a un negrito y Me matan si no trabajo del gran cubano, se mezclaban con la Milonga de andar lejos o la asombrosa A desalambrar con la poesía de factura
propia.
Todavía esos versos sonaban
anónimos, acompañados por las melodías que el juglar engalanaba en aquella
escuela judía de la calle Camarones y esa proclama libertaria, si bien
subversiva puertas para afuera, era moneda corriente entre los que ocupábamos
esos muros. Poco tiempo más tarde, esos versos se transformaron en himnos
movedizos dentro de un universo de búsqueda imperiosa de cambio, que se tiñó de
variados colores, pero que en poco tiempo, predominó el rojo de la tragedia.
Antes de cerrar esa noche
Daniel Viglietti, poco conocido aún, nos trajo la milonga de Yo no soy de por aquí y algo en mi
corazón se quedó atrancado, tal es así, que he cantado casi todo el repertorio
de Viglietti de esos tiempos, pero ésta me ha quedado en el atranco y nunca la
canté, quizás haya sido porque en esos tiempos, al igual que al juglar, me
tocaba andar por pagos ajenos y es posible también que ése, haya sido el
destino que me ha tocado hasta ahora.
Yo no soy de por aquí
No es este pago mi pago
Que es otro que ya no sé
Si lo hallo
Lugar que ponga en su sitio
Mi corazón desvelado
Pero es bien que ahora lo diga
Y claro
Ese lugar si es que existe
Tendrá que ser como un playo
Donde se nivelen todos
La misma tierra pisando
Si llega a estar a la vuelta
De algún cerrito esperando
No me lo pongan en duda
Que me abajo
Pero también si me dicen
Que ese paraje que no hallo
Tengo que ayudar a hacerlo
Meter el hombro y alzarlo
No es este pago mi pago
Que es otro que ya no sé
Si lo hallo
Lugar que ponga en su sitio
Mi corazón desvelado
Pero es bien que ahora lo diga
Y claro
Ese lugar si es que existe
Tendrá que ser como un playo
Donde se nivelen todos
La misma tierra pisando
Si llega a estar a la vuelta
De algún cerrito esperando
No me lo pongan en duda
Que me abajo
Pero también si me dicen
Que ese paraje que no hallo
Tengo que ayudar a hacerlo
Meter el hombro y alzarlo
Washington Benavides - Daniel Vigletti
Lindo recuerdo Mario.Recuerdo que una vez fuimos juntos al Zhtlovsky a escuchar a Viglietti.Tenia un auditorio/salón de actos muy lindo.Fue en el '69 o '70,más de 50 años....
ResponderEliminarMi favorita de esa epoca. Hoy curiosamente tiene el mismo sentido en lo que estamos pensando.
ResponderEliminarAsí es amigo, seguimos transitando los mismos destinos
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