Claude Lanzmann,
Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre
Entre los finales de la década del 80 o en los inicios
de los 90, tiempo en que la democracia de los argentinos comenzó a descubrir
sus primeras flaquezas, se presentó en el canal estatal el documental Shoah,
expresión algo más precisa quizás que Holocausto.
Como todo aquello que nos acerca a la fragilidad de
nuestro ser, una vez superado el impacto inicial que produjo el film en los
espíritus sensibles, pocas veces se ha regresado a tamaño documento, el que
después de nueve horas y media de reportajes en los sitios donde ocurrieron los
hechos, nos revelaba que el antisemitismo perduraba impecable a cuarenta años
del final de la Segunda Guerra. El realizador de la proeza había sido Claude
Lanzmann, intelectual francés, que entre otros méritos trabajó junto a Simone de Beauvoir
y Jean-Paul Sartre
y su obra abarca distintas disciplinas dentro de la reflexión de lo humano.
Lo referencio con el film Shoah, porque ha sido lo más
conocido de toda su obra y un artículo en el blog de tamaña labor, al menos
para mí, es un espacio estrecho para abarcarla.
De todas formas, para los curiosos está en la web y les
advierto, que el pochoclo se le queda atragantado al mejor pintado, a pesar de
que solo son reportajes y miradas de una cámara que quiere ver:
https://www.youtube.com/results?search_query=shoah+claude+lanzmann+1+de+9
Pero algo más de diez años antes de ese trabajo, llegó
a nuestras playas de modo silencioso, un film realizado por el mentado Claude
del que poco se habló y por esa singularidad que tiene el azar, me tocó
participar de una proyección en un encuentro clandestino, organizado y asistido
por los suicidas de siempre, desafiantes absurdos de la arbitrariedad, en los primeros
meses de la dictadura del Proceso.
El film, que tiene por título en castellano Por qué Israel, está realizado a
veinticinco años de la creación del Estado de Israel, de modo que está ubicado
poco antes de la guerra de Iom Kipur y a algo más de cinco años de la Guerra de
los seis días, significa que cuando me crucé por única vez con él, debía tener
cuatro años de estrenado aproximadamente.
Recordemos que la Guerra de los Seis Días, ocurrida en
el año 1967, dejó la impronta de un retorno del Estado de Israel a los tiempos
del Rey David. El milagro de la grandeza retornada, algunos entienden que fue
gracias a la contundencia de unas fuerzas armadas comandadas por un general heroico,
antiguo guerrillero en la lucha de la independencia, valiente soldado en los
regimientos de la colonia de Palestina que pelearon contra los nazis, arqueólogo
y tuerto por una herida de combate en la Segunda Guerra Mundial. Por otra
parte, no sólo era el país de la redención de la tragedia arañada del
holocausto, sino que era el más puro, limpio, abierto con los derechos humanos
y para cierta parte del mundo occidental, era la prueba de que la condición
humana cuando se lo propone, hasta es capaz de cosechar naranjas en el
desierto.
Lanzmann, como buena parte de los que asistimos a
aquel encuentro de las izquierdas de la judeidad, pertenecía a ese grupo
curioso que Sartre denominó Judío Inauténtico, en su artículo Reflexiones sobre
la Cuestión Judía.
La búsqueda de desmitificar la ilusión sionista por
parte de un judío de izquierda, acabó realizando una radiografía de la paradoja
humana, que al igual que la posterior Shoah, supera el territorio transitado
por los judíos y cuando el talento es desbordante, las intenciones de un
realizador superan con holgura sus objetivos, es por eso que su film, anduvo espiando
la vida de ese país cargado de ilusión, colocando la cámara y el micrófono
junto a los soldados de la franja de Gaza, pero simultáneamente dio testimonio
al de los habitantes árabes, se coló en un debate de sobrevivientes que discutían
en una mezcla de lenguas de inglés, alemán y también Idish, que se peleaban con
el dilema de aceptar o no, las reparaciones económicas que Alemania se
comprometió a entregarles terminada la guerra, escenas todas que hoy están en
you tube.
Pero hay otras tomas que no encontré y que guardo en
el espacio oculto y confuso de mis recuerdos y que honestamente busqué y no
encontré, pero que de todas formas no puedo dejarlas de mencionar, como la visita
a una cárcel y la charla con los presos, el reportaje a una prostituta y la
escena que es el eje de estos párrafos, la que ocurre en plena calle y se da
entre un automovilista y un policía. Aquí va la escena:
Por alguna maniobra poco elegante, el policía detiene
el vehículo y el conductor se apea. El hombre de la ley reprende y como es
habitual, hace el gesto de encontrarse con la papeleta y su lapicera para
realizar la boleta. El ciudadano israelí tan judío como el policía, fuera de sí,
acusa al uniformado con el insulto más desgarrador:
-
Nazi
– le grita.
La escena se detiene y la expresión tanto gestual como
corporal, de aquellos que participan en el film, es suficiente para que el
realizador capte el efecto.
Para esos días, mi hermano y yo no debíamos tener más
años que los soldados y el policía que se veían en la pantalla. Una vez que
terminó la proyección y luego del pobre debate que siguió, salimos a una calle
angosta de San Telmo y quiero creer que en esa caminata, mi hermano decidió que
en algún momento de su vida, debía vivir en Israel.
Lanzmann mostraba un universo llano de vida cotidiana,
no muy diferente al que él conocía de Francia y bien distinto de lo que ocurría
en Argentina, ya que difícilmente un ciudadano en esos tiempos, podía increpar
a un policía y menos aún insultarlo sin pagar duras consecuencias.
Pero independientemente de lo singular de esa escena,
era evidente que el director pretendía mostrar que la vida de la gente, estaba ocupada
en el trabajo, en el recorrido callejero, el afano, la opresión, similares a
las de la Europa de esos días, de modo que la angustia y la felicidad, no eran muy
distintas a la de cualquier fulano, por el solo hecho de vivir en una tierra
santa.
Pero el hombre que manejaba el auto, judío europeo y
seguro sobreviviente de la Shoah, insultó a otro judío uniformado con lo peor
que podía decirse uno al otro y esa escena, ocupó toda la charla de buena parte
del regreso a casa.
Los años pasaron, mi hermano vivió dos veces en Israel
y luego regresó para siempre a Buenos Aires, Lanzmann filmó Shoah y muchas otras
cosas valiosas y por fortuna vivió una larga vida, la dictadura transitó
nuestras vidas y arrasó como un terremoto, la democracia arrancó y los
tembladerales no lograron demolerla hasta ahora y acá estamos, con bastante más
que veinticinco años encima, del acontecimiento que cambió la vida de muchos de
nosotros y que ha sido, el regreso al estado de derecho.
Claro que no nos hizo falta una película para
quitarnos el velo de la ilusión y tenemos la fortuna de comprender, que no todo
es posible resolver con la democracia. La realidad se encargó solita de
patearnos el banquito y hacernos sentir que el piso se nos mueve, pero al menos,
me queda el consuelo de escuchar pocas veces, que con los militares estábamos
mejor.
Sin embargo, el regreso de esa noche con mi hermano,
como tantas otras noches con él, viene a mantenerme despierto y esta vez, el
insulto del automovilista al joven policía, logra encontrar la llave de la
trampa del laberinto.
Cuando
un argentino, después de haber atravesado tantas dictaduras y particularmente
la del Proceso, acusa a otro argentino en esta democracia que supimos conseguir
de dictador, el sobreviviente de Por
Qué Israel se me aparece tantas veces, como vueltas exige mover la cerradura de
la puerta del laberinto.
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