sábado, 22 de agosto de 2020

Por Qué Argentina

 

                                                               Claude Lanzmann, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre


Entre los finales de la década del 80 o en los inicios de los 90, tiempo en que la democracia de los argentinos comenzó a descubrir sus primeras flaquezas, se presentó en el canal estatal el documental Shoah, expresión algo más precisa quizás que Holocausto.

Como todo aquello que nos acerca a la fragilidad de nuestro ser, una vez superado el impacto inicial que produjo el film en los espíritus sensibles, pocas veces se ha regresado a tamaño documento, el que después de nueve horas y media de reportajes en los sitios donde ocurrieron los hechos, nos revelaba que el antisemitismo perduraba impecable a cuarenta años del final de la Segunda Guerra. El realizador de la proeza había sido Claude Lanzmann, intelectual francés, que entre otros méritos trabajó junto a Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre y su obra abarca distintas disciplinas dentro de la reflexión de lo humano.

Lo referencio con el film Shoah, porque ha sido lo más conocido de toda su obra y un artículo en el blog de tamaña labor, al menos para mí, es un espacio estrecho para abarcarla.

De todas formas, para los curiosos está en la web y les advierto, que el pochoclo se le queda atragantado al mejor pintado, a pesar de que solo son reportajes y miradas de una cámara que quiere ver:

 

https://www.youtube.com/results?search_query=shoah+claude+lanzmann+1+de+9

 

Pero algo más de diez años antes de ese trabajo, llegó a nuestras playas de modo silencioso, un film realizado por el mentado Claude del que poco se habló y por esa singularidad que tiene el azar, me tocó participar de una proyección en un encuentro clandestino, organizado y asistido por los suicidas de siempre, desafiantes absurdos de la arbitrariedad, en los primeros meses de la dictadura del Proceso.

El film, que tiene por título en castellano Por qué Israel, está realizado a veinticinco años de la creación del Estado de Israel, de modo que está ubicado poco antes de la guerra de Iom Kipur y a algo más de cinco años de la Guerra de los seis días, significa que cuando me crucé por única vez con él, debía tener cuatro años de estrenado aproximadamente.

Recordemos que la Guerra de los Seis Días, ocurrida en el año 1967, dejó la impronta de un retorno del Estado de Israel a los tiempos del Rey David. El milagro de la grandeza retornada, algunos entienden que fue gracias a la contundencia de unas fuerzas armadas comandadas por un general heroico, antiguo guerrillero en la lucha de la independencia, valiente soldado en los regimientos de la colonia de Palestina que pelearon contra los nazis, arqueólogo y tuerto por una herida de combate en la Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, no sólo era el país de la redención de la tragedia arañada del holocausto, sino que era el más puro, limpio, abierto con los derechos humanos y para cierta parte del mundo occidental, era la prueba de que la condición humana cuando se lo propone, hasta es capaz de cosechar naranjas en el desierto.

Lanzmann, como buena parte de los que asistimos a aquel encuentro de las izquierdas de la judeidad, pertenecía a ese grupo curioso que Sartre denominó Judío Inauténtico, en su artículo Reflexiones sobre la Cuestión Judía.

La búsqueda de desmitificar la ilusión sionista por parte de un judío de izquierda, acabó realizando una radiografía de la paradoja humana, que al igual que la posterior Shoah, supera el territorio transitado por los judíos y cuando el talento es desbordante, las intenciones de un realizador superan con holgura sus objetivos, es por eso que su film, anduvo espiando la vida de ese país cargado de ilusión, colocando la cámara y el micrófono junto a los soldados de la franja de Gaza, pero simultáneamente dio testimonio al de los habitantes árabes, se coló en un debate de sobrevivientes que discutían en una mezcla de lenguas de inglés, alemán y también Idish, que se peleaban con el dilema de aceptar o no, las reparaciones económicas que Alemania se comprometió a entregarles terminada la guerra, escenas todas que hoy están en you tube.

Pero hay otras tomas que no encontré y que guardo en el espacio oculto y confuso de mis recuerdos y que honestamente busqué y no encontré, pero que de todas formas no puedo dejarlas de mencionar, como la visita a una cárcel y la charla con los presos, el reportaje a una prostituta y la escena que es el eje de estos párrafos, la que ocurre en plena calle y se da entre un automovilista y un policía. Aquí va la escena:

 

Por alguna maniobra poco elegante, el policía detiene el vehículo y el conductor se apea. El hombre de la ley reprende y como es habitual, hace el gesto de encontrarse con la papeleta y su lapicera para realizar la boleta. El ciudadano israelí tan judío como el policía, fuera de sí, acusa al uniformado con el insulto más desgarrador:

 

-          Nazi – le grita.

 

La escena se detiene y la expresión tanto gestual como corporal, de aquellos que participan en el film, es suficiente para que el realizador capte el efecto.

Para esos días, mi hermano y yo no debíamos tener más años que los soldados y el policía que se veían en la pantalla. Una vez que terminó la proyección y luego del pobre debate que siguió, salimos a una calle angosta de San Telmo y quiero creer que en esa caminata, mi hermano decidió que en algún momento de su vida, debía vivir en Israel.

Lanzmann mostraba un universo llano de vida cotidiana, no muy diferente al que él conocía de Francia y bien distinto de lo que ocurría en Argentina, ya que difícilmente un ciudadano en esos tiempos, podía increpar a un policía y menos aún insultarlo sin pagar duras consecuencias.

Pero independientemente de lo singular de esa escena, era evidente que el director pretendía mostrar que la vida de la gente, estaba ocupada en el trabajo, en el recorrido callejero, el afano, la opresión, similares a las de la Europa de esos días, de modo que la angustia y la felicidad, no eran muy distintas a la de cualquier fulano, por el solo hecho de vivir en una tierra santa.

Pero el hombre que manejaba el auto, judío europeo y seguro sobreviviente de la Shoah, insultó a otro judío uniformado con lo peor que podía decirse uno al otro y esa escena, ocupó toda la charla de buena parte del regreso a casa.

Los años pasaron, mi hermano vivió dos veces en Israel y luego regresó para siempre a Buenos Aires, Lanzmann filmó Shoah y muchas otras cosas valiosas y por fortuna vivió una larga vida, la dictadura transitó nuestras vidas y arrasó como un terremoto, la democracia arrancó y los tembladerales no lograron demolerla hasta ahora y acá estamos, con bastante más que veinticinco años encima, del acontecimiento que cambió la vida de muchos de nosotros y que ha sido, el regreso al estado de derecho.

Claro que no nos hizo falta una película para quitarnos el velo de la ilusión y tenemos la fortuna de comprender, que no todo es posible resolver con la democracia. La realidad se encargó solita de patearnos el banquito y hacernos sentir que el piso se nos mueve, pero al menos, me queda el consuelo de escuchar pocas veces, que con los militares estábamos mejor.

Sin embargo, el regreso de esa noche con mi hermano, como tantas otras noches con él, viene a mantenerme despierto y esta vez, el insulto del automovilista al joven policía, logra encontrar la llave de la trampa del laberinto.

 

Cuando un argentino, después de haber atravesado tantas dictaduras y particularmente la del Proceso, acusa a otro argentino en esta democracia que supimos conseguir de dictador, el sobreviviente de Por Qué Israel se me aparece tantas veces, como vueltas exige mover la cerradura de la puerta del laberinto.






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