martes, 16 de mayo de 2017

Bolaños y sus mujeres


En Santa Teresa la vida vale algo menos que dos centavos.
Quien nos guía tomado de la mano, por el laberinto impregnado con la mugre de ricachones y pordioseros, no es otro que Roberto Bolaños en el último libro que escribió antes de morir.
El chileno devenido a mejicano y español, llegó a este mundo hace sesenta y cuatro años y nos dejó hace catorce. Por fortuna para los que amamos los milagros del arte, nos ha dejado notas, poesías y novelas, además de algunos dibujos y grafismos. También se puede transitar por sus cuadernos de trabajo, donde esforzadamente elaboraba las estrategias de sus relatos.
Quienes no conocemos personalmente a un artista, tenemos al menos una sospecha del modo en que se le cruzan las emociones. Imagino a Bolaños con los ojos cargados de asombro, escondido detrás de sus gafas frente a todo lo que el universo le presentaba. Pero cuando se trataba de las mujeres, es posible que su curiosidad precisa, lo arrastrara a la aventura de lo desconocido, como puede ocurrir cuando un ciego se asoma, porque no tiene otro sendero para caminar que el de una cornisa.
Mas allá de sus damas literarias, sabemos que Bolaños conoció a una joven cuando él estaba a un par de asaltar la treintena y ella los veinte. Se trata de Carolina López, con quien tuvo sus dos hijos y que lo acompañó hasta sus últimos días. Por otra parte, un viaje en tren, dicen quienes lo conocieron de cerca, le acercó a otra mujer llamada Carmen Pérez Vega, que años más tarde de ese encuentro primero, tuvo la dolorosa tarea de acompañarlo desde su lecho de amor, hasta el hospital donde el escritor dejó nuestro mundo.
Pero también, en los últimos años de su vida, otra mujer además de las citadas, lo tenía muy cerca y con ella compartía casi todas sus horas. Estoy hablando de la señora muerte.
Entre sus cuarenta y cincuenta, Roberto cargó con una enfermedad hepática que sólo era posible resolver con un trasplante, el que no llegó a tiempo y se llevó la vida del escritor.
Es por eso, que la señora muerte a cada hora, le susurraba su sabiduría durante casi una década, para que algo de ella al menos, se derramara sobre nuestros corazones.
En todas las horas en que 2666 salía del teclado del escritor, la muerte se encargaba de dictar y de corregir cada una de las frases. Quizás sea por eso, que aquella búsqueda frenética de unos intelectuales, a un anciano escritor alemán inhallable, nos coloca sin darnos cuenta, en la paradoja brutal de la escena de los asesinatos de miles de mujeres.
Mujeres que mueren del modo mas atroz, como mueren los torturados a quienes se les pretende sacar alguna información, como mueren los niños abusados, como mueren las mujeres en esos lugares donde la ley es la del infierno.
Si bien Bolaños nació en Chile y vivió la mitad de su vida en España, la tierra de su adolescencia y primera juventud fue México. Y es en México donde 2666 ocurre y no es en cualquier sitio de ese país. Santa Teresa está ubicada en la frontera con EEUU en el estado de Sonora y por piedad quizás o por decoro, no quiso declarar su verdadero nombre, que no es otro que el de Ciudad Juárez.
La corrupción, la banalidad de los ricos, la paciente dignidad frente al sufrimiento cotidiano de los pobres, la miseria humana desparramada en la explotación y la arbitrariedad, el tráfico de personas, drogas, armas y otras bellezas, no son suficientes señales, para opacar las muertes de miles de mujeres asesinadas, previamente violadas y torturadas por asesinos diversos y por motivos cualesquiera, ya sea por pasiones, mera diversión, o ajuste de cuentas a políticos y chulos o simplemente, porque en el territorio de ley incierta, las mujeres no tienen escapatoria.
Bolaños no opina, apenas hace una descripción del infierno, como si una cámara especial pudiera meterse entre los poros de una sociedad brutal y expone ciertos aspectos de la condición humana en el estado puro. El lenguaje que usa para describir el modo en que se encuentra a las víctimas, ex profeso se asemeja a aquel de las crónicas policiales, mientras que el entramado literario del resto de la novela, recorre desde una tonalidad periodística, hasta el culebrón conocido del folletín y luego, bruscamente torna el relato a una novela fantástica latinoamericana o a un policial negro norteamericano.
Pero lo que el autor nos trae y nos empuja a un callejón donde no tenemos escapatoria, es que cuando el infierno desciende entre la gente, nada permite que los incautos puedan quedar ajenos a esa suerte, mas que proponerse un intento de huida para adelante, esperar una de las muertes más espantosas o peor quizás, mantenerse con vida.
Los hombres y las mujeres morimos por distintas causas y muchas veces lo hacemos cuando otros hombres u otras mujeres se encargan del trabajito. Así surgen expresiones como filicidio, parricidio, infanticidio y esta que nos toca hoy, el femicidio.
La mirada que el autor nos ofrece, a los que todos los días asistimos a alguna noticia de asesinato de una mujer por los motivos que sean, nos advierte que cuando una sociedad pierde el decoro y la estima por propios y ajenos, el asesinato de las mujeres es moneda frecuente y la vuelta atrás, es un recorrido incierto.
Hoy, en nuestra tierra bastante lejos de donde Bolaños nos trae el relato, la novedad de que una mujer haya sido brutalmente violentada antes de morir asesinada, es una noticia tan común, que no pasa a ser privilegiada sobre aquellas del incremento de las tarifas de los servicios de energía, la inflación, la falta de compostura de las figuras públicas, o del clima, que siempre nos ofrece algún respiro.
Y ahí está nuestro Bolaños. Vaya uno a saber desde dónde hoy nos mira y si aún conserva sus gafas. Sus mujeres potentes, desgraciadas, fértiles y volátiles, andan escribiendo sus poemas cargados con la vida y con la muerte. Y acá estamos nosotros con nuestras mujeres, que mientras viven, invocan al cielo para que nos les toque la peor suerte, o niegan la realidad del espanto, para poder seguir viviendo y tercamente, seguir pariendo la vida.
Poco importa que te haya tocado haber nacido macho o hembra me ha sugerido Bolaños, después de haber promediado su titánica obra de más de mil doscientas páginas, en una noche de somnolencia mientras las mujeres descansaban.
Es posible, que para algunos nos alcance con leer 2666, para suponer que en el barco donde navegamos, el infierno nos está arañando. Quizás nos estemos alejando de él o quizás también, su costa cada vez se encuentre más cercana.