domingo, 10 de junio de 2012

Volver


  Veinte años no es nada, nos avisaba el morocho más hermoso del Abasto. Estaba parado en la cubierta y apoyado en la borda. Detrás, la Luna se reflejaba en el mar y sabíamos que estaba surcando el regreso junto al recuerdo de aquellos ojos que se cerraron de Rosita Moreno.

  Veinte años no es nada, nos recordaba la morocha más hermosa de España, eso de que sea la más linda de aquel pedazo de la península, es difícil de defender, pero que es bella nadie lo duda. Lo hacía en un cate jondo que sólo el manchego mayor es capáz de regalarnos. Atrás, las guitarras hacían el resto.

  ¡Que poesía maravillosa del dolor nos ofrece el parpadeo que se adivina de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno!
  Le Pera, el hombre que muere el mismo año que Pessoa, que nació a cuatrocientos kilómetros de donde Reis curaba y que es posible, que no se haya acercado a la lengua que lo vió nacer, nos derramó sin saberlo, el matiz dolido del hombre del Chiado.
  No le alcanzó al poeta el piolín para convencer al músico mayor, de Volver por el mar con la Luna de fondo. Hubiera respetado una de sus tantas fobias a volar. El destino ya lo sabemos, siempre la talla.

  Sin embargo, la vida es una luminaria perfecta. Nos entrega el relato del volver con la frente como se pueda y sólo, cuando el sonido de la queja se asordina, se abre la puerta que juega con la poesía. Si hiciera falta, podemos invitar a la vieja a que nos lave la ropa en el despintado piletón.
 
  Vuelvo cansado a la casita de los viejos, escribía Cadícamo cuando Don Alfredo aún no había publicado lo de la frente marchita. Cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria, reforzaba Don Enrique.
 Algunos opinan que escribió que había vuelto vencido y no cansado. Ese es otro cantar.

  Hayan nacido en São Paulo como Le Pera o en Luján como Cadícamo, los dos nos advierten de la fascinación que tenemos por volver. No nos olvidemos que en el tango de Don Enrique, también había veinte abriles y no nos pongamos en los detalles del viejo criado.¡ Por favor!

  Volvemos del dolor, navegamos sobre botes que flotan al borde de la zozobra que nos recuerdan, las noches de lujuria de la empinada montaña rusa, de aquel famoso y desconocido Parque Japonés.
  En esos tiempos, la muchachada fina en sus veinte abriles, se la pasaba en la ciudad de la Luz, tirando manteca al techo en su aprendizaje de la vida. Con ese debut, hechos hombres, conseguían coraje para llevar las riendas de la bendita tierra que los recibió y la firmeza, para mantener el surco de los vaivenes que se merecía la señora Patria.

  Pero los otros, aquellos que cantaban y que bailaban en el arrabal, esas chicas pícaras del percal y de la milonga, desde temprano nomás, salían a juntar los mangos para parar la olla en algún conchabo o laburito, hasta que el puestito o la preñez, los transformaba en eso que a los veinte abriles, es difícil que uno sea.

  Un adulto responsable.
 
  Y nada de coca ni morfina.

  Y aquí estamos, con los veinte años vividos o atravesados. ¿Seguiremos siendo siempre jóvenes ingenuos, eternamente hermosos de veinte años?, ¿Quizás los veinte hayan sido al menos, una ilusión transcurrida?

  Tengo la fortuna de tener hijas que están en los veinte. Puedo asegurar que ese es un momento glorioso de la vida. Mi casa se inunda de espíritus inquietos que tienen toda la vida para armar. Llevan la creación en las plantas de sus pies y en las puntas de los dedos. Es un momento único. Tengo alguna autoridad para afirmar que los cuarenta, época en que me tocó ser padre añoso, también es única y maravillosa. En esos momentos, se cuenta con la creación en los pies y en la punta de los dedos. Debo advertir que ahora, que según las cuentas, estoy cerca de los sesenta, pasa eso de que la creatividad, todavía se siente en la punta de los dedos de los pies y de las manos. Espero que hasta que la parca se anuncie, esto no pare.

  Quizás por eso, veinte años no sea nada o quizás, sea la punta de un iceberg que no pregunta si son los veinte que tiene vividos el que los declara, o son aquellos que han pasado y que no se valoran lo suficiente.

  Propongo que hagamos un esfuerzo por recordar donde estábamos hace veinte años y de imaginar, donde estaremos dentro de los próximos veinte, así sea, que el pasado nos abrume o el futuro, no sea más que aquello inexorable del final.
 
  Este artículo tenía un objetivo modesto. Los laberintos de la locura lo fueron llevando hacia un derrotero un poco vanidoso. Sólo pretendía recordar, que tan sólo pasaron veinte años de ilusión sin diferencia entre el mundo real y el imaginario. Hubo un período breve en el inicio del siglo, que nos llevó a épocas anteriores, pero eso quedó en el olvido, como tantas señales en nuestros corazones y en nuestras billeteras.

  Hoy, nuevamente la realidad del mundo paralelo se nos presenta como cuando éramos niños y transitábamos desde el cielo hasta la tierra, la rayuela de la vida. Tuvimos siempre un dólar oficial y uno paralelo. En lo personal, necesité vivir cuarenta años, hasta llegar al momento en que la divisa de mi país, tenía un solo precio, salvo en los oscuros años de la tablita del déme dos, donde para algunos era lo que menos importaba y para otros, servía de la excusa para producir muerte. 

  De todos modos, la rueda siguió girando y los chicos naciendo.
  El mundo no se detiene, sólo que cambia y vuelve con la frente marchita, cansado y vencido si uno quiere o puede.

  Para los que peinamos canas o las teñimos, nos basta con solo recordar.

  Para aquellos que todavía gozan de su color capilar original, les propongo lo del viejo Hucha “a angarrar los libros que no muerden”. (Enrique Muiño en El Viejo Hucha”, Lucas Demare 1942)
 
  El artículo devino por senderos jugosos, pero no quería dejar de mencionar aquello que fue su origen.

  Con el resto, cada quien hace lo que puede.

  Por suerte hay algo para regalar, espero que lo disfruten.






Volver, Pedro Almodóvar, 2006, Penélope Cruz Canta por gjlindner no Videolog.tv.