Alguna vez alguien a quien quiero mucho, en una de las
discusiones acaloradas que mantenemos cuando podemos, me acusó de sofista. Mi
conocimiento de filosofía es más escaso que amplio, digamos que es ampliamente
escaso, de modo que su pretendido insulto me resonó a nada. Sin embargo, algo
del intricado laberinto que ejercen las pasiones, me estaba advirtiendo que para
mi amigo, no era un elogio eso que me estaba endilgando. El tiempo transcurrió
y la discusión pasó a ser una más de todas aquellas que alegran la existencia y
que por fortuna, agregan ganas a eso que significa transitar, en esta hermosa
roca giratoria con oxígeno en los pulmones.
Si bien la sophia es el conocimiento o “el saber”, mi
amigo me estaba acusando en el medio del fragor de la batalla, que yo pertenecía
al selecto grupo de personas, que usa el saber para manipular a un auditorio, vale
decir, que era capaz de convencer por la tarde, lo contrario de lo que había
logrado convencer por la mañana.
Recordé de inmediato el film Gracias
por fumar , donde el personaje protagónico se dedica a dar vuelta toda información
sobre los males que produce el cigarrillo como actividad lucrativa y lo hace
magníficamente utilizando la retórica y la ironía. Si bien el film se transita
como una comedia de medio tiempo, apta incluso para una tarde de lluvia y
pochoclos, deja el gusto solapado para los buenos entendedores, de la impronta
que permite la manipulación, cuando se la sabe usar en la actividad de la
comunicación.
Retruqué con hidalguía a mi amigo aquella noche y le
agradecí la punta del ovillo que me dejó picando. Todavía hoy, habiendo pasado
años de esa charla, ando deambulando con algunos antiguos griegos, capaces de
abrir la Pandora de eso que conservo debajo de mi cuero cabelludo y me ayudan
con eso de los sofistas.
Pero el concepto se me quedó pegado en la piel y cada
vez que leo el periódico o escucho un noticiero, no puedo olvidar a mi amigo y a
su enseñanza de esa noche. Y nada volvió a ser igual desde que inicié este
laberinto, porque de inmediato, el comunicador se desnuda con su intención y algunas
veces, hasta es posible detectar el color de la billetera de quien paga la
cuenta.
Hoy navego todavía en la duda de si la sensación
engañosa que percibo, se debe a cierto cinismo que aparece con los años o a la mera
torpeza de los cronistas que los expone tan en desnudo. Quizás no sean las
únicas variables y lo más probable es que ambas convivan.
Las circunstancias que rodean esta situación de 2020,
con amenaza de muerte por contacto, demolición del mundo conocido, limitación a
la libertad de tránsito y de consumo y por sobre todas las cosas, el fantasma
de la miseria golpeando a la puerta, abren el espacio del Huevo de la Serpiente,
que hace años el genio de Bergman nos ha acercado. En el film, la dignidad de
los protagonistas se va resquebrajando, mientras la vida les pasa en una
demacrada República del Weimar. El director pretende mostrarnos hasta en el
título, como es que huevo de la serpiente nefasta se estaba formando.
Hoy por fortuna, gracias a las redes sociales somos
todos comunicadores, algunos aficionados y otros profesionales, pero sin
excepción somos todos comunicados aficionados, aún aquellos que ejercen la
profesión de comunicadores y quizás en ese lugar pasivo donde quedamos algo más
igualados, puede ser oportuno advertir las debilidades de bípedos implumes que
llevamos en la espalda.
El genio de Bergman nos advirtió sobre el mundo
infinito de nuestras pasiones, lo suficiente como para que en algún momento me
dedique al Séptimo Sello, film tan oportuno para estos tiempos de pandemia,
pero todo no se puede en un artículo, ahora me alcanza con defenderme de los
comunicadores y quienes recuerden el fútbol bonito, saben que la mejor defensa
es un buen ataque.
Curiosamente sigo optimista y eso me resulta tan
significativo como asombroso y quizás, se deba a cierto cinismo que aparece con
los años o a la mera torpeza de los cronistas, que los expone tan en desnudo.
Muy bueno, amigo Mario. Tenemos un serpentario completo
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