Cuando el cielo amenaza con nubes, la
máxima que nos sugiere aquello de que siempre
que llovió paró, viene a darnos la excusa para tranquilizar los ánimos y de
ese modo, conjuramos para no abrumar nuestros corazones. Sin embargo algunas
veces la lluvia es lo suficientemente copiosa para que los desbordes se lleven
cosechas enteras, viviendas y vidas. El tiempo transcurre y una vez que las
heridas se cicatrizan o antes todavía, la vida regresa a un tiempo anterior
pero con matices modificados, donde los antiguos valles fértiles se transforman
en lagos colmados de peces y luminosos pueblos de otrora, aparecen cargados de
ruinas y nuevas miserias.
De modo que las expresiones pandemia y pospandemia,
evocan situaciones de ese tipo e invitan a pedir de urgencia la vacuna que todo
lo cura, y que de buenas a primeras, la pesadilla acabe para que de ese modo, otra vez el mundo regrese a ser el que fue. Pero del mismo modo que con la
inundación, se huele en el ambiente que la vida después de una crisis como la
que genera el COVID, será diferente a la que conocimos antes.
Echando una mirada al pasado siglo XX, recordemos
que luego de la primera guerra y de la mal llamada Gripe Española, la humanidad
aún maltrecha, se encontró con la crisis de 1930 y antes de que pudiera darse
cuenta, ya la segunda guerra hizo la aparición con una guerra fría que duró
apenas cuarenta y cinco años y avanzamos así, hasta la caída del muro de Berlín
apenas once años antes de que el majestuoso siglo XX se ganara la jubilación.
De la misma forma que la segunda guerra
mundial completó el germen de la crisis del año 1930, parece que este COVID
viene a sellar la crisis que apareció tibia hace una década y entonces vale la
pena aventurar quizás para dónde llevar los timones, tanto sea para sacar las
ventajas de los ríos revueltos, como al menos para no naufragar.
Es evidente que la revolución virtual que
venimos viviendo desde hace al menos dos décadas, a partir de los encierros o
de las limitaciones por temor a los contagios se ha acelerado y hace suponer
que en poco tiempo, estaremos viviendo como aquella historieta de mediados del
siglo XX, que en esta parte del mundo se llamó Los Supersónicos (en el original, The Jetsons).
Más allá de las expectativas, algunas de
las fantasías de los cultores de la ciencia ficción se van cumpliendo y otras
esperan su turno o quedan para el recuerdo, pero nos resulta inmediato aceptar
que estamos esperando un giro sustancial en el orden de cosas y en algún
sentido, lo estamos sintiendo en nuestra cotidianeidad.
De modo que los títulos en los periódicos
atribuibles a la pospandemia, hablan de un mundo que desconocemos que supone el
fin de un estado de cosas y que obliga a cambios sustanciales evaluados desde
variables conocidas, mientras que aquellos ejes poco previsibles, nos obligan a
esperar para asomarnos al misterio de insinuar, las nuevas aristas del poliedro
que todavía no dimensionamos.
Por ejemplo, es evidente que la virtualidad
avanzaba raudamente y que pegó un salto cualitativo y ha dejado al sistema
comercial vigente a marzo de este año, en un estado de movimiento similar al de
los pueblos luego de un Tsunami. De la misma forma negocios como la
gastronomía, el turismo, los espacios de coworking, los centros comerciales
cerrados, los transportes públicos y el consiguiente cambio en el modo de
trabajo, han recibido heridas dolorosas o cambios profundos que no podemos
evaluar al menos todavía.
Este artículo se está terminado en
noviembre del 2020 y nada hace suponer que la pandemia vaya a terminarse en un
plazo excesivamente breve, aún en los casos en que la vacuna sea resuelta en
tiempos de records absolutos, ya que todavía hay situaciones poco conocidas de
este virus a pesar de los avances. De modo que es de esperar que la humanidad
se acostumbre a vivir con esta situación que lleva casi un año y también, a que
se acostumbre con sostener esta dificultad y a adaptar las nuevas condiciones.
De este modo, algunas actividades como la gastronomía por ejemplo, están
encontrando espacio a partir de los famosos deliverys o con las aperturas en
tiempos de bonanza cálida en veredas y terrazas, pero son apenas soluciones
parciales que están a la espera de la mágica vacuna.
Pero además hay variables que no es posible
imaginar hoy, como no era posible imaginar la caída del muro de Berlín cinco
años antes de que ocurriese y voy a citar un ejemplo de la paradoja de la
conducta de la humanidad que aprendí ayer nomás, cuando cursaba el quinto año
de la escuela industrial.
Para quienes amamos la mecánica automotor,
el motor de combustión interna nos resulta fascinante y quizás sea uno de los
logros que nuestra humanidad puede jactarse con razón. Pero si nos situamos en
1879 cuando Edison desarrolló el generador o antes todavía con los motores a
pila, era difícil suponer que el motor de combustión interna se hubiese podido
desarrollar por el grado de complejidad que requiere, tanto para su funcionamiento
como para su alimentación.
Recordemos que la electricidad fuera de los
ámbitos naturales, es desarrollada por Volta ochenta años antes de que Edison
resolviera el generador eléctrico y que los motores eléctricos ya estaban
siendo usados con baterías, lo que significa que la humanidad lejos de resolver
la acumulación de energía eléctrica en un dispositivo que ya tenía casi un
siglo de descubierto, avanzó con motores de combustión interna de mayor
complejidad si los comparamos con un motor eléctrico. Recordemos que para la
fabricación de automóviles, producto icónico si se quiere del siglo XX, se
agregaron destilerías, estaciones de servicio, plantas de almacenaje y una
complejidad en la transmisión del par motor a las ruedas con cajas de velocidad
y embragues, que el motor eléctrico no precisa. Más paradojal resulta aún
suponer que un siglo y medio más tarde de esa situación, esa humanidad está
suponiendo que necesita al menos un cuarto de siglo más, para desprenderse de
modo absoluto de esa máquina que amamos los fierreros, así sea porque no hay
suficiente electricidad para alimentar la potencia que requieren todos los
automóviles eléctricos, como también que es necesario crear infraestructura
para lograr lo que sea, con la sustentabilidad que se exige en estos días.
Es posible aventurar entonces que alguna
variable pícara se entromete en el crecimiento esperado de ciertos vectores
sociales, que los obliga a correr su dirección en el entramado del tensor de
tensión que escribe la historia. En el caso del motor de combustión interna,
quizás no hayan sido los automóviles que tan vanidosos se mostraron en todas
esas horas sino los aviones, que a partir de transformarse en armas invencibles
desde que el Barón Rojo cubrió los cielos con sus hazañas, exigieron tecnologías
cada vez más competitivas, que la relación peso potencia del combustible a base
de petróleo tan valiosa, hace imposible suponer aún hoy un corto plazo de
reemplazo por baterías eléctricas, para las máquinas aladas grandes.
Sea la variable que fuere, entendemos que
más allá del capricho, se observa una inercia en el devenir de las costumbres,
independientemente de los niveles tecnológicos abrazados, tanto por los usos y
las costumbres como por los intereses económicos o políticos que se resisten a
los cambios, pero esas resistencias suelen ofrecer correlatos curiosos e inevitables
frente a la inercia de los usos y las costumbres y vamos a otro ejemplo.
En el año 1925 el escritor norteamericano
John Dos Passos, publicó su novela más conocida cuyo título es Manhattan Transfer y en ella el escritor
hace una descripción del tiempo y el espacio desde un trasbordador que cruzaba
el Río Hudson con una habilidad literaria magistral, que situaba al lector como
si don John portara una cámara de las que todavía no se habían desarrollado en
esos tiempos. El autor nos describe el trasbordador y su máquina infernal
movida por vapor y carbón, los automóviles que pasaban por la ribera movidos
por motores de combustión interna, los carruajes todavía abundantes a tiro de
caballos, del mismo modo era el tipo de vehículo que usaban la policía y los
bomberos, el cartero andaba en bicicleta y el teléfono era usado por pocos ya
que no había tantos para su uso. Todos sabemos que en pocos años más, en la Meca
icónica del progreso del mundo, los caballos pasaron a ser exclusivos en las zonas
rurales y las máquinas a vapor serían reemplazadas por motores Diesel y motogeneradores.
Pero hicieron falta varios años luego de una guerra despiadada, para que las
locomotoras y los buques dejaran el vapor.
Las dos consideraciones expuestas no evitan
conjeturar sobre un futuro inmediato, tanto desde la apuesta a las variables
conocidas, como aventurar alguna desconocida o admitir la inercia social, ya
que las ecuaciones de movimiento de la historia siguen su curso.
Es de suponer entonces que quienes
transitan la situación de pandemia como un corrimiento a su grado de equilibrio
a uno nuevo, serán aquellos que pasen con holgura esta coyuntura y además, en
la medida que la singularidad de lo que hacen sea obligada por las
circunstancias, los cambios si son creativos, los van a colocar en un estadio
superior en el momento del regreso a un estado de cosas diferente.
Mis clientes Move Concerts y Live Pass
quizás nos ofrezcan alguna pista. Empresas dedicadas al mundo del espectáculo, una
a shows en vivo de artistas internacionales y la otra a la venta y distribución
de entradas para eventos, cuando el rumor del virus cruzó la frontera de China,
una sensación de catástrofe fue cubriendo el horizonte de sus ejecutivos. Sin
embargo, a pesar de la incertidumbre, Live Pass aceleró el desarrollo de un
proyecto que tenía en proceso y lo integró con uno de software de shows por
streaming. A partir de que arrancó el vértigo del desarrollo, fue evidente
descubrir que el negocio venía cargado con un vector de cambio de difícil
retorno, tanto sea para los shows como para su comercialización. En el caso de
los shows, ya era evidente la necesidad de incorporar tecnología a partir de la
presencia de pantallas con contenidos en el escenario y que paradojalmente, los
instrumentos móviles resuelven mejor aún. Del mismo modo la comercialización
por vía digital, llegó para quedarse definitivamente y al menos para ese
negocio, no parece posible un regreso a las boleterías de antaño.
MOVE espera un retorno a los shows en vivo,
pero no tiene la actitud de quien aguanta hasta que la lluvia pare bajo un techo
de vereda. Se cubre con lo que puede y avanza, aunque en el devenir llegue
empapado a destino. Cuando la lluvia se detenga, ya va a estar en otro lugar seco
y disfrutando de una etapa que quien se quedó esperando, quizás no tenga la posibilidad
de competencia posible.
Suponemos entonces que la situación
pandémica supera el verano boreal y avanza en la dirección de resolución,
siempre y cuando no aparezcan nuevas cepas u otras variantes, lo que hace
suponer que la humanidad de todos modos, va a encontrar sistemas para compensar
posibles contagios y tratamientos adecuados. Recordemos lo ocurrido con el
SIDA, que llevó años superarlo y que no está contenido del todo, pero mantiene
un aparente equilibrio y la sociedad hizo propio el tema hasta que dejó de ser
noticia.
La pandemia llegó a cambiar una comodidad
de la que ni noticias teníamos, pero curiosamente los que no entendieron las nuevas
variables quedaron en el camino, otros con los dientes apretados todavía esperan
a que regresen los tiempos de antes y muchos hicieron suyo el desafío del
cambio.
De modo que las normas viene a socorrernos
y los protocolos están a la orden del día, la nueva realidad permite
comunicarnos de forma virtual y el conocimiento circula a gran velocidad, pero
las personas seguimos siendo las mismas criaturas de hace siglos y la capacidad
para hacer el salto de algunos oficios no es sencilla de acercar.
Algunos suponemos que aquellos que se
acostumbran a transitar la situación de cambio como si fuese el estado natural
de las cosas y que no están esperando que la pandemia termine para adaptar su
vida, sino que viven el hoy con los atributos que el hoy ofrece, el día que
deje de haber pandemia, mantendrán la regla de aceptar lo que toca en cada
momento y eso no significa que no se alegren del cambio una vez que la pandemia
termine, de la misma forma que quien transita una guerra, la vida es la misma guerra
hasta que en el final, cuando la paz se da para todos, sale a festejar para que
un fotógrafo virtuoso lo capture, cuando besa en la boca a una enfermera
desconocida, que con gusto acepta el convite.