Un poeta de Buenos Aires, que
vive como casi todos los que escribimos, de trabajar de otra cosa, se ha
encontrado con un mal de amores tan intenso, que ningún poema por ahora, ha
logrado menguarlo al menos.
Cuando un dolor de amores se
adueña del alma, un señora huesuda vestida de negro, nos avisa que nos merodea
y algunas veces, nos hace saber que está cerca.
Nuestro poeta, sintió la suave
mano de ella en su talón izquierdo, y comprendió que de a poco ella, que no
encontraba mucha resistencia, lo llevaría para sus confines.
Otro poeta, amigo del
desdichado, que vive muy lejos de la ciudad bendecida por las aguas del Plata,
se puso en marcha y pidió, a sus otros amigos poetas cercanos al obelisco, que
se pusieran en marcha para socorrer al náufrago.
Algunos poetas, no solemos ser
buenos desenredadores de piloines de paracaídas y menos todavía, tenemos alguna
habilidad, en eso de emparchar los botes salvavidas. Por fortuna, no todos
abrazan esa ley y una poeta levantó su guardia y empujó a otros holgazanes para
la cruzada.
Todavía no sabemos el
resultado, pero la lucha está lanzada.
Nuestro romántico despechado,
entonces escribió a la dama poeta gladiadora, estas palabras:
Me llamó desde Chicago mi ángel guardián. Todavía hay poderosas razones
para seguir peleando. Gente como ustedes, me reconcilian con esta vieja dama
indigna, que algunos llaman vida. Gracias totales.
La poeta nos pasó a todos, la
sabiduría de este hombre sufriente y otro escriba, decidió contestarle:
Es así amiga, en las arrugas de la indignidad, a veces se esconde la
vida. Quizás.
Estaba atravesando ese
contrapunto, cuando hizo su entrada triunfante a mi estudio, la musa
inspiradora de mis días. Le mostré las palabras, me hizo un comentario y me
regaló una flor en un beso en la mejilla.
Salí navegar en la web y me
encontré con la respuesta que el perfume de esa flor me había dejado
Michael Bolton, con bastantes
menos cabellos que cuando compuso la canción, pero con la sabiduría que
entregan los dolores que nuestro poeta arrastra, no sólo la sabe cantar, sino
que la interpreta, para abrirle las arrugas a esa indignidad, donde la vida
retoza lozana. Espero que la Diana Lucía se haya estremecido y le haya abierto
su corazón a Juan Carlos.
Para cerrar esta parábola, le
recuerdo que esta canción, le da inicio a un film que también le abre las
arrugas a la vieja dama indigna. Si ya la vió, no hace falta que le diga nada,
si no la vió, por favor no se la pierda.
Es El Juego de la Lágrimas y
acá va
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