Mis padres contaban que de muy chiquito, tenía el hábito de robar los
fondos de las tazas de café. Hablo de cuando cargaba con tres o cuatro años
apenas. Contaban además, que una vez me bajé el fondo oscuro de un vasito
creyendo que era café, pero mi sorpresa me sacó las ganas de volver a
intentarlo. Me había tragado una medidita de fernet que mi padre tomó puro
hasta que cuarenta años más tarde, le trajo de la mano a La Parca. La sorpresa
duró poco (la del fernet) y a la próxima, ya andaba a las andadas otra vez.
Pocas veces había café en las sobremesas de mi casa, solo estaba
presente en las fiestas y en las reuniones familiares. El café puro, vaya uno a
creer el motivo, era costumbre permitida para gente grande, sólo era posible llegar
a él cuando la niñez nos abandonaba, algo parecido a los pantalones largos y a
las llaves de la casa, poco importaba que el café se tomara igual obligado con
la leche y mucho menos, que desde pequeños mezcláramos la soda con el vino.
Épocas son épocas.
La cuestión es que en cada reunión que había en mi casa, mi prima y yo,
jugábamos debajo de la mesa del comedor mientras algunos adultos cambiaban
ideas en la parte superior. Algunos adultos digo, porque mi padre, al que le
solían sobrevolar mariposas sobre la cabeza como a aquel joven de los Años de
La Soledad, se mantenía callado pensando quizás, en los cristales soñadores de
Sturgeon o en las fundaciones de Asimov.
Las conversaciones de esas reuniones sólo eran protagonizadas por
hombres que ni siquiera estaban interesados en temas centrales de la actividad
varonil como el fútbol por ejemplo. De negocios en esos tiempos poca gente
hablaba y diría que estaba mal visto, hablar de dinero en algunos círculos era
de muy mal gusto, por ese motivo, ellos sólo hablaban de política. Uno de mis
tíos era comunista, naturalmente era el más rico de todos los que a la mesa se
daban cita, otros lo habían sido antes del fin de la guerra mundial (comunistas
aclaro) pero en esas fechas detestaban sus viejas adhesiones sobre todo,
después de la experiencia stalinista. Otros, nunca pasaron de la instrucción
política que ofrecía la revista del Selecciones del Rider’s Digest, de abierta
tendencia pro norteamericana.
De modo que mis primeras lecciones de intercambio político entraron más
por la música que por la letra, esas lecciones cargaban deseos encontrados y
prohibiciones confusas entre el café, el alcohol y los juegos debajo de la mesa
con la hija de aquel tío comunista.
En la mesa se discutía que si Fidel o que si Kennedy, si Frondizi o si
la laica, si los rusos o los árabes y en cada tema, se armaba una pelotera de
aquellas, que terminaba con golpes en la mesa, gritos desaforados y una
terrible necesidad de reprimir encontrarse afuera para cagarse a las trompadas.
Discutieran de lo que discutieran, el final a lo Grand-Guignol venía cantado,
salvo claro está, cuando se hablaba de Perón y del peronismo, ahí estaban todos
de acuerdo en considerarlo uno de los mayores flagelos que una sociedad puede
atravesar y uno de los mas bajos lugares donde se pueda caer.
También mis padres, en su afán de capacitarnos a mi hermano y a mí en
los detalles de la vida social y de la política, se esforzaron por llevarnos a la
peluquería de Don Eugenio. La excusa banal, consistía en que el peluquero nos
subiera a una sillita para chicos, lo que desde el principio significaba una
humillación para nosotros y que además, se dedicara a arrancar nuestros tiernos
cabellos con una afeitadora manual desafilada que debo suponer, estaba
destinada a que el instructivo llegara con la mejor calidad. No hay que
olvidarse que la letra con sangre entra.
En otras peluquerías de la calle Nazca por ejemplo, ya se había echado
por tierra la sillita y la afeitadora manual. Los chicos eran sentados en los
sillones de los adultos sobre un aparato que regulaba su altura y hacía tiempo
que la electricidad resolvía mejor eso del corte a la media americana sin
tirones. Pero insisto, de no haber transitado las sucesivas humillaciones y
tironeos, quizás nada de lo que transcurrió en nuestra vida inteligente hubiera
sido posible y en eso, mis padres fueron rigurosos.
Don Eugenio había nacido en Italia y como tantos, salió escapando del
hambre y de la guerra a pesar de que aún, defendía el fascismo con entusiasmo.
Tenía un florido vocabulario que para los primeros tiempos apenas podía
comprender. Mis padres eran muy cuidadosos en su hablar y don Eugenio también,
solo que diferente. El cúmulo de palabras soeces de grueso calibre que escuché
desde mi temprana edad en la boca del peluquero, alcanzó para que ya nada me
sorprendiera en lo que a lenguaje se refiera de lo que me tocó vivir hasta
ahora. En la peluquería siempre había otros hombres y no todos estaban para
cortarse. No. Las peluquerías en esa época eran la sucursal del café para las
clases populares. Los hombres llegaban de sus trabajos y rumbeaban hasta la
peluquería para encontrarse con otros hombres. Una especie de club inglés, pero
porteño y pobre.
En la peluquería, además de política se hablaba de fútbol. Cuando se
hablaba de fútbol, mi hermano y yo escuchábamos y nos sorprendíamos porque eso
era una novedad para nosotros, pero cuando hablaban de política la sorpresa era
mayor, porque lo que escuchábamos era bien diferente de aquello que se gritaba
en la mesa del comedor de nuestro hogar y que hacía los honores de los duelos
finales.
Perón para la gente de la peluquería de Don Eugenio, era la única salida
para la tierra donde habían decidido vivir y lo más probable morir. El hombre
que vivía en Madrid aseguraban, algún día volvería y pondría las cosas en su
orden.
Mi infancia transcurrió entonces entre esos dos mundos de aparente
contradicción en mi capacitación política. Se agregaron algunos libros que
tempranamente se fueron mechando entre Verne y Stevenson. Mi madre en las
librerías de viejo, conseguía de la colección Tor a autores internacionales
como Víctor Hugo, Emilio Zolá, Howard Fast o de otras ediciones a los nuestros
Álvaro Yunque, César Tiempo y a todos aquellos del grupo de los populares de
Boedo. Mi padre, con su estilo perdido, compensaba con la suscripción de la
Rider’s Digest, la Mecánica Popular y la de una revista italiana virulenta
anticomunista dirigida a los trabajadores, de difusión gratuita, que suscribió
un olvidado compañero de trabajo en algún recodo de su historia.
El idioma italiano se escuchaba para esa época en las calles y en las
casas, no sólo Don Eugenio lo hablaba, sino que tantos vecinos y abuelos de
amigos, al igual que tantos otras lenguas como el idish en mi familia, el
gallego y las de otros que se rajaron de lugares más difíciles. El conocimiento
político literario llegó entonces tempranamente y llenó la curiosidad de esas
almas infantiles con tanto material ecléctico, a los que se sumaban las
revistas Goles y El Gráfico de la peluquería de Don Eugenio y que terminaron de
cerrar la claridad de mi alma inquieta infantil.
Pero los años transcurrieron y de infante pasé a ser eso que ahora le
dicen teen. Mis intereses eran bien otros, el dinenti, las figuritas y Mis
ladrillos quedaron atrás, sin embargo, algo que sin saberlo había ocurrido
debajo de la mesa del comedor con mi prima, ya sin control, se diseminaba por
todo mi cuerpo. Cursaba el segundo año de la escuela secundaria y un perfume de
mujer me llevó a eso que fue por mucho tiempo, el modo natural de vivir de
muchos de mi generación. La militancia.
Llegó la escena de la Higuera y El Ché, el mayo francés, Vietnam y el
Cordobazo, llegaron las guitarreadas, el tango, el cigarrillo, la fe en mis
sueños y también, una esperanza de amor de ese viejo cafetín de Buenos Aires.
Llegaron las ollas populares, las marchas y las corridas, el miedo y ese
relleno de tanta idea iluminada. Relleno de los pantalones ajustados de mis
compañeras de marcha y de las otras chicas, aunque no compartieran las mismas
ideas que nosotros. También había otros rellenos mas arriba de los pantalones
que ocupaban mi mente y otras zonas que mejor no aclarar.
Nos sentábamos a leer el material
mimeografiado que exigía de muy buena vista y de mucha concentración para no
distraerse con tanto Manifiesto, Notas para la ideología de la Revolución
Cubana, Actuación Política y Doctrinaria para la Toma del Poder y de las
instrucciones para un amor que la sangre joven pedía.
Las nubes arreciaban, algunos advertían que la tormenta acechaba, pero
cuando la vida es tan urgente, nada puede detener a un ser inmortal.
Así las cosas, cuando creía que no había mas nada para aprender, el
destino me enseñó todo lo que siempre falta saber.
Y
tal como esperaba Don Eugenio, un buen día el hombre volvió y como tantos,
fuimos a recibirlo. Quiso el destino que me salvara de engrosar la lista de los
mártires que pasaron a la historia en la lucha de los pueblos. Ya no me cortaba
mi cabello el anciano peluquero, se había retirado y al tiempo murió. No
encontré jamás peluquería como esa, supongo que los hombres que eran parte de
ella como Don Eugenio, se retiraron o se murieron junto a la lengua y el sonido
de aquellos inmigrantes.
Mientras tanto, como anunciaban los agoreros, la tormenta se vino y nos
dieron para que tengamos.
Sin embargo, como nos tranquilizaban otros oráculos, siempre que llovió
paró y el Sol otra vez salió y nos calentó. Otra vez las ilusiones regresaron,
otra vez las calles se llenaron de almas inquietas y otra vez nos encontramos
los argentinos con los juegos para armar.Claro que las ilusiones, ilusiones son y las realidades, a veces no se
parecen a aquellas ilusiones que ya no se pueden aguantar. Queselevaasé,
paciencia.
Quizás sea eso nomás. Paciencia haga falta en estos momentos en que si
me meto debajo de la mesa del comedor, es difícil que logre salir por mis
propios medios. Bueno, tampoco es para tanto ché!
Pero la pasión, por fortuna está intacta y si bien hace rato que conozco
algunos detalles de eso que es vivir en sociedad, es cierto que me queda un
largo camino por hacer y unas cuantas paradas para aprender.
La esperanza del caminante es el camino para andar.
Andar y seguir andando las lecciones de política y de las otras y de yapa, seguir aprendiendo.
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