Bartolo apareció en mi casa de la calle
César Díaz,
cuando el que lo dibujaba y yo,
éramos dos chicos que corríamos detrás de
aquello que te hace grande.
Corríamos detrás del perfume de mujer y
no voy a decir más nada.
Él ya era grande y yo, con pocos años
menos,
era un chico de veinte.
Bartolo traía el empedrado que se estaba
poniendo escaso,
en aquella ilusión que nos tocaba de
caminantes.
Manejaba un tranvía y eso era algo que ya
no existía en la ciudad que los dos amábamos.
Pero él, con su magia, nos traía el
tranvía y el empedrado,
tenía apenas veintitrés y era un hombre y
yo,
con veinte tan sólo,
recordaba las piernas que colgaban de mi
madre,
de chiquita que era nomás,
entre el entramado de la madera de los
asientos del tranguay
y un piso,
que ya no me acuerdo de qué era.
Mi madre cocinaba el estofado del
domingo,
el aroma del tomate la carne y el perejil
me despertaban.
Y Bartolo estaba ahí,
con su tranvía cortito para un sólo
hombre
y algo parecido a un pájaro que vino
después,
y se comió la vida de todos.
Como el asfalto.
Mi padre arreglaba el auto en la calle de
una escena dominguera.
No estaba sólo,
Estaba con el vecino que el albur,
le puso Domingo como nombre.
Tenía un Chevrolet y de Pessoa no sabía
nada,
pero el Bartolo, desde cada ventana del
tranvía,
saludaba a cada uno que pasaba,
por los barrios porteños de arcabuz y de
trole.
Ese negro se carga,
a la larga lista de los negros que
tenemos.
Un negro salteño.
Un negro porteño.
Bartolo llegaba los Domingos,
el Negro entendió que tenía demasiado,
Lo pasó a cuarteles de invierno,
El Negro cuidó a Bartolo y hoy le pido,
al motorman de las dos manijas,
Que donde esté, lo cuide al Negro,
Porque yo, que soy el Bum, le pido,
que con la ruedita chiquita del trole,
siga con lo suyo,
por el empedrado,
por el aroma de los tomates y del
perejil,
Y por el trole.
El Bum ( el hincha de Camerún)
BEAUTIFUL KERIDO. GRACIAS!!
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