Tengo la fortuna de ser parte del equipo que trabaja en el espectáculo
de Sabina y Serrat en nuestra tierra.
El privilegio de toparse con el talento y la sabiduría de estos dos
gallegos (confesado por ellos aporteñados, nada de catalán y de
andaluz), que desde hace un tiempo, están en la cola para recibirse
de ancianos, me resulta asombroso, a pesar de que también yo, estoy
a pocos puestos de ellos en esa misma fila.
Tal como dice Sabina sobre el escenario, las canciones del Nano, abren
los corazones de las chicas ( y otros espacios) con la magia de su
contraseña. Por ese motivo, desde mi adolescencia y primera juventud,
gran parte de las canciones que cantaba, habían salido de su genio. Luego,
por esas vueltas del destino, mi corazón se cerró y sólo canté para esa mujer
llena de música y colores que alegra mi vida. A veces ella abría su corazón con
las melodías y otras, bueno también estaban aquellas otras, en que no había
canción que valiera.
Y de ese modo, llegaron las hijas que aprendieron las canciones con la leche
templada y además, recibieron de la voz del catalán, las aventuras del
Principito que todas las noches, les relataba desde una reproductora de
casettes.
Para la época en que yo aprendía a cantar canciones, Sabina por su parte,
andaba con las ratas de los albañales y de los subtes de Londres. Como
nunca fui un hombre viajero, no pude conocer a ese juglar y luego, cuando
el andaluz era conocido hasta en el bar del Chino de Pompeya, mi corazón
ya estaba negado a aprender.
Sin embargo, la mujer llena de notas que me acompaña en la vida, trajo
la poesía y la melodía de una voz completa, que en ese momento, no pudo
con mi endurecido corazón.
Pero el tiempo pasó y el papá de aquel que se fue con la Magdalena, como
nos hace a aquellos que integramos la cola, se encargó de que aquella voz
engreída, se cargara con el dolor de los que predican su misión. Esa voz
ronca, como pasa con el Polaco, empuja las palabras y golpean las notas,
para que cualquier corazón, por más duro que haya quedado, se transforme
en un corazón cinco estrellas.
Gracias quiero decir a esos dos atorrantes, que se exhiben sin pudor, quizás
ya no dé para beber a morro y sólo se pueda uno arreglar con una copita de
champán, poco importa. Hasta es posible que este hombre, al que los
nubarrones del destino le cerraron el corazón, se anime a salir por los tejados,
como un gato sin dueño, a recorrer con la voz ronca, para que la Luna le haga
un guiño, en un rincón, en un papel o en un cajón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario